César Montoya


Fue el exministro de Hacienda Juan Carlos Echeverri, quien oficializó la palabra "mermelada". El rédito de las regalías petroleras fueron nacionalizadas, con la tesis que la bonanza no debía ser exclusiva para los departamentos que tenían la "sangre de la tierra" o el "oro negro" en el subsuelo; sus inmensos producidos debían ser repartidos equitativamente en todo el país. Con gracioso desenfado, Echeverri sostenía que la "mermelada" debía cubrir todo el territorio nacional.
La torcida malicia de muchos compatriotas dio a la palabra una acepción satánica. Corrupto, según los críticos, es el gobierno si, por gestión parlamentaria, transfiere dinero para un acueducto. Es "mermelada" todo nombramiento en la administración pública. Es "mermelada" la entrega de unos auxilios para un hospital, etc y etc.
Se puede acusar de mala memoria a quienes ahora denigran de cualquier donación que el ejecutivo haga en beneficio de la población. ¿Qué hacía Álvaro Uribe en sus piñatas sabatinas? Repartir platica para arreglar casitas en los pueblitos, disponer a su antojo de los caudales nacionales para abrir carreteritas, donar auxilios para construir puentecitos sobre las quebraditas, despilfarrar el dinerito, nuestro dinero, en esos faranduleros festivales. Dar contraticos por intriga de los políticos para que con el 10% que soterradamente percibían, pudieran comprar la conciencia del pueblito. ¡Cuántos electoreros llegaron al parlamento gracias al corazón dadivoso de Uribe!
Si "mermelada" es conseguir que la nación abra sus arcas para las obras públicas; si lo es no dejar extinguir los hospitales; si lo es mejorar las vías públicas; si lo es invertir en educación; si lo es donar vivienda gratis a las familias en miseria; si lo es mantener un rígido control del orden público; si lo es el paliativo que frecuentemente entrega a los agricultores, bienvenida, ahora y siempre, la "mermelada". Si el gobierno nacional nombra a un coterráneo en un ministerio, o en un instituto descentralizado, o en un organismo en donde se pueda vincular muchos paisanos, bienvenida la "mermelada".
Este mensaje no es oído por quienes, con hiel, crucifican ahora a la clase política, enrostrándole la remuneración que el Estado hace a sus múltiples servicios. Ignoran lo que San Pablo dijo en carta a los Corintos: "¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo y que los que sirven al altar, del altar participan?". Obvio que los adversarios se desgañitan para pedir un cambio en los comandos. Sí, es fácil reemplazarlos. Los críticos deben madrugar a los pueblos, una y otra vez, someterse a la almidonada dieta campesina, oír las quejas, aceptar en silencio los reclamos, recibir los alcoholes profusos que ellos brindan, gestionar nombramientos ante las entidades públicas, y si éstos no resultan, aceptar resignadamente los regaños, financiar las campañas, descuidar la familia porque los menesteres electorales absorben las 24 horas del día, y por último, contra todo pronóstico, masticar en silencio las derrotas.
Los municipios y los departamentos viven de la "mermelada" que les entrega la nación. No aceptarlo, es tener una hipócrita conciencia farisea.
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