"Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos".

Martin Luther King.

Esta semana estuve en Bogotá como consultora de un proceso de conversación estratégica de la Corporación Maloka, un ejercicio que se inició poniendo sobre la mesa cuál debería ser el propósito fundamental de la Institución. La principal inquietud de este grupo estuvo alrededor de cómo aportar al mejoramiento de la calidad de vida y convivencia pacífica en Bogotá y en el país. Parecía una discusión más de un equipo directivo; sin embargo, esta conversación adquirió para mí, como facilitadora, una relevancia inmensa cuando leí los titulares de este diario el jueves pasado: "Concejal Juan Sebastián Gómez en cuidados intensivos".

¿Por qué llegó Juan Sebastián a cuidados intensivos? Porque se complicó una cirugía de clavícula, fue la primera respuesta que me dieron; pero ¿cómo se fracturó la clavícula? Porque ‘la Policía lo molió a palos’ fue la siguiente respuesta. No entendía nada ¿Cómo y por qué puede la Policía, ‘moler a palos’ a un ciudadano? cualquiera que sea. La investigación dirá quién es el responsable de esto y también podríamos preguntar ¿Qué hizo la Policía para impedirlo o para defenderlo?

Uno de los testimonios que aparecía en el periódico era el del actual Presidente del Concejo: ‘No deja de ser preocupante que estos actos de intolerancia se estén presentando en la ciudad, eso nos tiene que llevar a que hay que redoblar esfuerzos en seguridad’. Probablemente haya que redoblar la seguridad, pero más allá de eso tal vez deberíamos preguntarnos ‘¿qué quiere decir seguridad?’ ‘¿seguridad para quién?’.

Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos -CIDH-, desde la perspectiva de los derechos humanos, cuando se habla de seguridad no solo se trata de la lucha contra la delincuencia, sino de cómo crear un ambiente propicio y adecuado para la convivencia pacífica de las personas. Según la comisión, el concepto de seguridad debe poner mayor énfasis en el desarrollo de las labores de prevención y control de los factores que generan violencia e inseguridad, que en tareas meramente represivas o reactivas ante hechos consumados.

El informe Calidad de Vida 2008-2011 elaborado por ‘Manizales cómo Vamos’ dice que uno de los aspectos que genera más preocupación entre los habitantes de las principales ciudades del país es la seguridad; el informe dice que los eventos violentos se originan en factores de riesgo que se pueden monitorear y controlar por las autoridades competentes. Respecto a otras ciudades, los resultados ubican a Manizales en el séptimo puesto entre las ciudades con más casos de lesiones personales. Manizales tiene tasas de lesiones personales por cada 100 mil habitantes cercanas a las de Pereira (277), inferiores a las de Bucaramanga (387) y superiores a las de Bogotá (127), Medellín (31) y el total nacional (145,5) haciendo de este delito una prioridad dentro de las políticas públicas relacionadas con seguridad y convivencia.

Cifras un poco asustadoras especialmente si, como en el caso de Juan Sebastián, existiría la posibilidad que algunas de las lesiones sean causadas por la denominada ‘autoridad competente’. Me pregunto, si esto pasa con una figura pública, qué podría estar pasando con jóvenes y personas que no tienen ningún tipo de reconocimiento en la ciudad.

¿Será que la convivencia es un tema de autoridad? o más bien necesitamos empezar a revisar qué pasa con nuestro tejido social; esto es, todo lo que tenemos en común quienes pertenecemos a una sociedad, todo lo que nos une, que nos hace ser lo que somos y sentirnos parte de una misma cultura. Un tejido social fuerte es sinónimo de solidaridad, sentirse protegido y acompañado para enfrentar los retos que día a día plantea el entorno de la ciudad, del país y del mundo.

Una de las principales sino la más importante función del Estado es la protección y fortalecimiento del tejido social que se refleja, en el día a día, en las relaciones entre las personas, el respeto por las reglas de juego y los derechos humanos. Pero no solo es una responsabilidad del Estado, sino de cada uno de nosotros, de cada ciudadano. Si queremos caminar todos hacia un propósito común, si queremos una ciudad que viva con calidad, si vamos a hablar de sociedad del conocimiento, tendríamos que empezar por revisar las bases de nuestro tejido social, esto es la forma en que estamos construyendo relaciones personales, institucionales y sobre todo con aquellos que piensan diferente y representan la diversidad.

¿De qué habla lo que sucedió con Juan Sebastián la semana pasada? ¿Lo vamos a dejar pasar como un incidente aislado o podríamos y deberíamos empezar a preguntarnos qué pasa con nuestra convivencia? ¿Qué estamos haciendo para aceptar la diversidad, para incorporar la tolerancia, para abrir la puerta a formas de pensar diferentes? ¿Qué estamos haciendo para incorporar y fortalecer el respeto, la confianza, la solidaridad y la apertura en nuestras relaciones diarias, desde nuestra vida personal, en los espacios institucionales, en nuestros niños y jóvenes? ¿Qué tienen que ver los valores con nuestro sistema educativo, con nuestras instituciones, con la familia, con cada uno de nosotros como ciudadanos?