Luis F. Molina


Algunos crédulos de bochinches asumen que este diciembre terminará el mundo. El Armagedón finalmente llegará y nos hará purgar cada una de nuestras faltas, según lo sentenciado por una civilización mesoamericana. Pero, a juzgar por el paso con el que avanza el hombre, habrá que aplazar también el fin de la humanidad. El mundo que progresaba a pasos agigantados en el siglo XX, parece que cedió a la flojera o a una nueva forma, aparentemente improductiva, de desarrollo.
La década pasada es una década perdida. En realidad, no fueron mayores los avances diferentes a los tecnológicos. Algunos países de occidente siguen enfrascados en una pelea interesada y sin cuartel con el medio oriente. Así mismo, en el Este continúan su progreso a costa de lo que sea, sin que los medios tengan mayor relevancia.
Los protagonistas del drama siguen siendo los mismos, aunque hay nuevos actores queriendo llevarse el papel principal. El gobierno de Venezuela, que hace diez años atrás era una cenicienta en la política internacional, ha decidido portar un rol de reparto, bailando según sus intereses. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que hasta finales de siglo fue gran protagonista, quedó relegada a una muerte silenciosa y penosa para sus más fervientes amigos. Los del otro lado, sin duda alguna, se quedaron celebrando.
Hay algo en lo que la diferencia sí es notoria. Los recursos naturales del planeta se han reducido y la ley del cinismo se aplica a cabalidad, pues quienes más contaminan, poco hacen por buscar formas más ecológicas de vida. En ello, radica una de las enfermedades más penosas del siglo anterior; la desigualdad.
El punto más cambiante está en la escrupulosa economía, que parece mostrar sistémicamente que no aguanta más la forma en la que globalmente es manipulada. Va cerca de un lustro de constantes quiebras, embargos, liquidaciones, problemas de presupuesto en todas las esquinas del mundo. Cerrarse a culpar un sistema económico no es la solución y plantear remedios de tinte extremista no resuelve el problema. Consideraría entonces que la medida más salomónica es restarle a esa fuerza brutal de la banca y de las bolsas de valores, el poder que les permite especular y manejar los índices económicos a su antojo.
No es justo que la ambición de pocos, sea el hambre y el padecer de muchos. Las propuestas de cambio que algunos políticos en diferentes latitudes han planteado se han quedado básicamente en propuestas. El papa cree que desde un atril en la Plaza de San Pedro puede lograr el cambio sin siquiera instar a sus representantes alrededor del orbe a que sean más tolerantes con la diferencia. Así mismo, el discurso Musulmán sigue condenando a rajatabla la vida de occidente y viceversa.
Sin duda, la humanidad se encuentra en un atasco. Quizás la academia que tan brillantes aportes hizo anteriormente, haya quedado relegada por una variedad de razones especulativas. El ejemplo más decepcionante se basa en la necesidad de una guerra en frío entre hemisferios para tener los avances más grandes, fuera del territorio militar.
No obstante, todavía hay grandes elementos que llevan a la unión, como el deporte, la literatura, la música y el arte. Hay que rescatarlos del plano en el que están como consecuencia del cambio informático que está teniendo la sociedad. No todo puede ser tan facilista como se cree desde la década de 1990.
Finalmente, es necesario considerar otra sentencia maya: muerto el último árbol, muerto el último hombre.
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Según cifras de la UNICEF, entre la última semana de agosto y el día de hoy, murieron más de 1.800 personas en el conflicto sirio, que ya ajusta más de un año, seis meses y seis días. Nadie actúa.
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