Carlos E. Ruiz


Todo tiempo pasado es una añoranza. Borges lo advirtió al comprender que el pasado es irreal en tanto recuerdo en el presente. Convendría recuperar ciertas lecciones de los griegos antiguos para hacer del presente una simultaneidad de recuerdo y esperanza, con derecho a dosis merecida de felicidad. La obra de Michel de Montaigne es ejemplo para asirnos del escepticismo-pirrónico, testimoniado en sus "Ensayos". La intención es aceptar como inevitable lo inevitable, y no asumir padecimientos por lo que ocurre, en virtud de no ser de nuestra responsabilidad individual el destino del mundo. Sin detrimento de la solidaridad, el consuelo o la compasión. Conducta que nos haría propicios a algo de sosiego en el espíritu, tan indispensable para sobrellevar la vida con dignidad y trabajo.
He leído, con inocultable deleite, "Cómo vivir - Una vida con Montaigne", de Sarah Bakewell (Ed. Ariel, Barcelona 2011), recorrido minucioso por la vida y la obra del insigne personaje, quien se decidió a escribir sobre su vida, con relatos del trasegar, las dudas y creencias, incluso compartiendo las propias incoherencias y contradicciones. Michel de Montaigne nació en 1533 y vivió 59 años, con sólida formación en autores griegos y latinos, educado en leyes, miembro de familia con buen estatus en la administración pública, consejero y miembro del parlamento de Burdeos. A los 37 años se retira de la vida pública con reclusión en su castillo donde comienza a escribir los "Ensayos". Escrituras en las que se propuso exponer su propia vida, sin la intención de hacerse referente para nadie. Viajó por Europa, en especial por Suiza, Alemania e Italia, con testimonios consignados en su diario, en su afán de considerarse "ciudadano del mundo". Y tuvo acercamiento comprensivo con indígenas y culturas de América.
Fue elegido y reelegido alcalde de Burdeos, sin salario, con ejercicio sereno y comprensivo frente a la comunidad, en medio de grandes conflictos religiosos como las terribles masacres de San Bartolomé, con miles de hugonotes degollados por los católicos y sus casas incendiadas. Fue soporte para escritores y pensadores, comenzando por Shakespeare (con alguna influencia en el "Hamlet"); Rousseau tomó ideas suyas en el "Emilio", auncuando lo rechazaba. También fueron lectores de su obra Pascal que lo repudió; Voltaire la calificó como el "retrato de la propia naturaleza humana"; Nietzsche lo reconoció como el "espíritu más libre y vigoroso que ha habido"; Stefan Zweig lo apreció por sabiduría y grandeza, y le escribió amplio ensayo de valoración, testigo que fue de la derrota de la razón y del triunfo de la brutalidad, y descubrió en los "Ensayos" normas generales acogidas como las ocho libertades. Borges, tan esquivo y grandioso, se refirió a él una sola vez, al valorar su escritura ajena a lo recitativo, comparándolo con Dostoievski y Cervantes.
La Bakewell desarrolla su obra en veinte capítulos, para responder a una sola pregunta: ¿Cómo vivir?, con los respectivos intentos de apego a las exposiciones de Montaigne. En ese recorrido la autora revisa episodios de la biografía del personaje y escudriña en su palabra, con mirada tranquila en la interpretación histórica. Asimila la consideración de aprender haciendo lo que corresponda, igual aprender a vivir viviendo, pero a condición de despertar en la persona, desde la niñez, la capacidad de cuestionarlo todo. Montaigne fue practicante de tres sistemas de pensamiento acuñados por los griegos: el estoicismo, el epicureísmo y el escepticismo (en especial el escepticismo-pirrónico), de difícil distinción entre ellos, pero que de conjunto promovían la felicidad, la alegría o el esplendor humano. Sistemas o escuelas que a su vez le fueron objeto de combinación o mezcla, de acuerdo con las circunstancias o con los ámbitos de pensamiento que asumía. Comprensión filosófica que le condujo a vivir bien, a disfrutar la vida, con equilibrio en las actuaciones.
Montaigne quiso tener fe en el catolicismo, pero no dejó de comportar distancia. Y su apego aparente tuvo que ver con los riesgos que se corrían en su tiempo al no tener esa filiación. En su preocupación espiritual tuvo mayor expresión la moral laica. Montaigne desconfiaba de la creencia en dejar en manos de la divinidad el destino, e hizo énfasis en favorecer la condición humana afinando conductas en términos de ordenar la vida en método y moderación. Sus "Ensayos" fueron a dar al "Índice de libros prohibidos", donde reposaron 180 años, pero al levantárseles tan cruel censura, en 1854, se convierten en texto de obligada consulta para pensadores, escritores, lectores. Sostuvo que a pesar de lo mal que ocurra la vida sigue adelante, sin necesidad de acudir al desespero.
Con visión compasiva y crítica, Sarah Bakewell repasa ediciones que se hicieron en diversos idiomas, llamando la atención sobre la manera como fueron apareciendo selecciones, fragmentos, resúmenes de los ensayos y hasta colecciones de citas, de amplia difusión, a veces con intención sesgada. Lo que demuestra la enorme riqueza de los "Ensayos", especie de veta de múltiples exploraciones, con la aceptación universal de un verdadero clásico.
El maravilloso libro termina con resumen ponderado en la valoración de Montaigne, calificándolo la autora como "hombre gozosamente secular". Repasa, incluso, el trajín que padecieron sus restos mortales, hasta quedar el sepulcro finalmente en Burdeos, en el Museo de Aquitania. Los dioses sabrán preservar en la gloria a quien supo sortear la vida entre dos fuegos, y dilucidarla en meditación compartida en los sabios y singulares "Ensayos".
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