Óscar Dominguez


Los que califican de cursi al bolero no se han enamorado ni de la mujer del prójimo. ¡Pobrecitos!
El bolero ha hecho más por la liberación femenina y masculina que diez Florence Thomas juntas. Cuando empezaba a salirnos el bozo ese ritmo era la única opción que había de arrimarnos a ellas. De resto, había que esperar la complicidad del cine dominical doble para aspirar a acariciar sus falanges.
De la mano del bolero empezábamos a perder la virginidad.
Las suegras que vigilaban el baile con los ojos en la nuca de la pareja, le imploraban a Dios que esos tres minutos de escándalo terminaran ya. La eternidad duraba -sigue durando- lo que dura una canción. En muchas casas el primer hijo fue la prolongación del último bolero.
Salgo en defensa del bolero después de leer un correo del prolífico cronista del barrio Buenos Aires, Orlando Casas, quien cuestionaba lo dicho por el cineasta Orlando Mora: las letras de los boleros son cursis.
"No hay nada más cursi que un corazón enamorado y a un corazón enamorado se le puede perdonar toda la cursilería del mundo", pontificó Orcasas.
"Corruptor de mayores" llama al bolero César Pagano, el Ferrán Adriá de la rumba.
Le debo las mejores y primeras aproximaciones al eterno femenino a boleros como Noches de Bocagrande, Usted, Un siglo de ausencia. ¿Cómo no amar estas cursilerías?
Los poetas del gajo de arriba escribían boleros con el nombre de sonetos. Eran insípidos boleros sin guitarra. Ahora, si usted, enamorado, le canta a su dama un soneto de Quevedo o de Shakespeare, no le dará ni la hora de la semana pasada. Un bolero derrumba las murallas de Jericó de la más retrechera.
Hay letras de boleros que también son poemas de verdad-verdad. "Borra mi nombre de tu cuaderno", fue el primero que se me vino a la memoria cuando redactaba esta defensa del género, invento cubano, según lo proclama Anubis Galardy, jefe en Bogotá de la agencia Prensa Latina, donde laboró García Márquez en sus mocedades. Anubis encima el mejor sitio en La Habana para escuchar boleros: Dos Gardenias.
Para abundar en la reivindicación del bolero como fenómeno de agitación de masas femeninas y masculinas, recordemos que García Márquez los amaba. "Perfidia", es uno de sus preferidos.
A Gustavo Castro Caycedo, quien acaba de publicar un libro para reclamar la paternidad responsable de su terruño, Zipaquirá, en el despertar literario del Nobel, no le cabe ninguna duda de que Gabo cantaba boleros.
Lo hacía no solo con sus profesores sino con alumnos del colegio, internos más que todo. En su período Barranquilla daba serenatas. Al maridito de doña Mercedes no le da pena confesar su devoción por el bolerista-guarachero Daniel Santos.
Los Panchos han casado más gente que todos los curas y notarios juntos. Moraleja: ¡que viva la cursilería!
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