Para quienes leen esta columna en el día de su publicación, vale invitar a la reflexión y conmemoración del Día Mundial del Agua, que en este año tiene el llamado fundamental a celebrar la "Cooperación en la esfera del agua". Para quienes la lean después del 22 de marzo, la invitación tiene el mismo sentido, pues tanto la cooperación como el agua constituyen temas de vigencia permanente, acerca de los cuales caben algunas reflexiones.

Respecto del primero, hay que pensar en las expectativas que la palabra cooperación genera, en especial cuando se acompaña del vocablo "internacional" como adjetivo. Nuestro entendimiento de la cooperación se alejó del propósito fundamental que creó el sistema internacional de ayuda al desarrollo.

En buena medida, porque los recursos de cooperación han servido para que se consoliden plataformas de poder y relaciones jerárquicas, lo cual es contrario a la cooperación como concepto, pero además porque perdimos la perspectiva de la cooperación cuando ubicamos en el primer lugar sus expectativas con quienes viven fuera de nuestro territorio, cuando el primer escenario debe ser entre los actores locales. No tiene sentido que busquemos exclusivamente por fuera del país para resolver los problemas de los cuales somos parte, y mucho menos tiene sentido pretender que alguien de afuera coopere si antes no hemos aprendido a hacerlo entre nosotros.

Cabe preguntarse si el empeño por cooperarse "entre iguales" fue la clave para que Europa, y los miembros de la Unión de manera particular, lograran capitalizar los recursos de ayuda del "Plan Marshall", que se calculan en 13 mil millones de dólares, para recuperarse de las guerras y construir escenarios de progreso y desarrollo social, en tanto no se lograron efectos similares en América Latina con los recursos de la "Alianza para el progreso", que superaron los 20 mil millones de dólares.

Por otro lado, la precariedad de la cooperación y sus efectos también se nota en la desigualdad, como máxima expresión de la ausencia de cooperación entre nosotros. El último Informe de Desarrollo Humano de Colombia da cuenta que los problemas del desarrollo no encuentran explicación exclusiva en el soporte financiero, sino en la desigualdad. Lamentablemente hemos comprado la idea de un desarrollo evidenciado en las posesiones. Sin duda, las desigualdades en Colombia (uno de los países más desiguales del globo) no se podrían medir por el tipo de teléfono celular que tienen las personas, pero sí por las posibilidades y alcances en el uso del mismo. Tampoco por el tipo o el tamaño de televisor, pero sí son enormes las diferencias entre un niño que puede ver en las noticias a su padre y otro que ve a quien aparece cada cierto tiempo renovando promesas preelectorales.

Así mismo, la cooperación no va a poder encontrar su camino mientras dependa de las voluntades de las personas. Ahí tenemos otra falla en nuestros países.

Estamos llenos de hombres grandes, pero que lamentablemente no han resuelto los problemas pequeños. Entre nuestros municipios y departamentos no hemos encontrado las opciones para poner a conversar a gobernantes, cuando algunos de ellos exponen el tamaño de sus egos, sin advertir quizá que ningún proceso local y regional va a ser grande, mientras tenga como límite la medida de las personas que los lideran.

Finalmente, para volver al tema del agua, además de la necesidad de proteger el recurso, en el escenario de la cooperación tenemos enormes posibilidades.

Deberíamos, por ejemplo, revisar las transferencias y los pagos de tasas por uso de agua por parte de quienes la embotellan, que al tiempo hacen muy pobres aportes para la protección de los ecosistemas que ponen en su publicidad.

Por fortuna, tenemos evidencias de las posibilidades de cooperación en la gestión del agua, a través del trabajo en cuencas hidrográficas donde están cooperando actores de los sectores públicos, privados y de la sociedad civil, empeñados en promover el desarrollo territorial, en sus dimensiones económica, social y ambiental.