Alvaro Segura


A pesar de tantas cosas que le hacen falta para ser el lugar ideal o soñado, Manizales sigue siendo el mejor vividero del país, eso si hablamos de lo que es y representa ser una ciudad intermedia, que además es capital de un departamento pequeño con potenciales humanos, naturales y culturales impresionantes, que muy pocos saben valorar.
Quienes hemos tenido la oportunidad y la fortuna de vivir por algún tiempo fuera de ella, como Bogotá en mi caso, pero que además tenemos gratitud; valoramos de alguna manera nuestras riquezas culturales y arquitectónicas; nos maravillamos todavía con nuestro entorno; reconocemos lo bueno y lo malo que hay aquí, y actuamos con sentido crítico, pero también propositivo, podemos decir, y en eso coincido con personas incluso foráneas que vinieron y se quedaron a vivir aquí, que este espacio montañoso es ideal para construir proyectos familiares y empresariales.
No quiere decir lo anterior que aquí no haya dificultades, que no exista corrupción, que no encontremos gente de doble cara, que no se consuma droga ilegal en cualquiera de sus formas, que las bebidas alcohólicas las ingieran sólo los mayores de edad, que estemos exentos de prostitución, que por las calles no deambulen bandidos de todas las características o que no haya irresponsables que tiran la basura al suelo o dejan sus bolsas con desechos en cualquier lugar, entre tantas otras cosas negativas; para nada.
Lo que pretendo es que a partir de esta simple opinión usted, sus familiares, sus hijos, sus allegados, sus colegas y sus amigos se sienten amistosamente a hablar de Manizales unos minutos o unas horas, de si hemos progresado o no, entendiendo ese progreso en todas sus dimensiones, es decir desde el desarrollo humano, cultural, educativo, comunitario, político, físico y urbanístico.
Si me preguntan sobre esos desarrollos creo que en lo humano, en lo cultural, en lo educativo y en lo comunitario ha habido avances, muy a pesar de no poder ser la sociedad que deberíamos ser, es decir, más humana, con mayor solidaridad, sin exclusiones, mejor formada, menos violenta, más participativa, más abierta y con mayores posibilidades para sus jóvenes que cada vez se nos van a otras ciudades a ofrecer allí lo que aquí aprendieron con gran esfuerzo.
Ahora, no es que pretendamos ser una burbuja de la que nadie salga ni entre, eso es absurdo. Lo que tenemos que buscar, y eso quizás se haya comenzado a dar muy lentamente en los últimos siete años, es crecer en nuestros indicadores. Un primer factor determinante es el poblacional. Si bien ahora venimos en un muy leve ascenso, este crecimiento tiene que ser más acelerado. En el 2005 éramos según el censo del DANE 379.794 personas, el final de este año seremos 393.167 habitantes y en el 2020 deberemos ser 402.578 habitantes. Es decir que del 2005 al 2013, ocho años, creceremos en 13.373 personas y del 2005 al 2020, 15 años, el crecimiento será de 22.784 personas.
Pero cerca de 2 mil personas por año es demasiado poco para que una ciudad capital como la nuestra crezca. No obstante este último registro, me sorprendió el alcalde Jorge Eduardo Rojas que en dos declaraciones estos días en Noticias LPTV dijo claramente que Manizales tiene 420 mil habitantes.
Ojalá no creciéramos demasiado ni de manera desbordada, pues gran parte del plus por calidad de vida que tiene nuestra ciudad se debe a su bajo número de habitantes. Por eso ahora que está en discusión el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), donde se discuten y analizan tantos factores y variables de organización y planeación para los próximos 12 años, tenemos que definir muy bien lo que realmente necesita Manizales pues se trata de que en este tiempo se tengan verdaderas oportunidades de expansión, crecimiento y desarrollo.
Un ejemplo de nuestra cotidianidad puede servir mucho para el trabajo que vienen cumpliendo concejales, funcionarios locales, gremios y representantes comunitarios y de organizaciones no gubernamentales en esta tarea. El pasado martes por cuenta de una buseta que se accidentó sobre las 12:30 del día en la Avenida Alberto Mendoza, en la curva de Renault Minuto, las autoridades cerraron de un tajo, hasta las 4:00 de la tarde, el tráfico automotor por esa vía que es la primera y más importante conexión entre la zona industrial, la ciudadela La Enea, el Sena, el campus universitario de la Universidad Nacional y el Aeropuerto La Nubia con la ciudad.
¿Justo y razonable el cierre? Quizás sí, por cuenta de un accidente que por fortuna solo dejó heridos leves. Gracias a Dios. Pero, ¿qué tal si ese percance hubiera cobrado la vida de uno o más pasajeros? ¿Cuánto tiempo más hubiera tenido que estar cerrada esa importante vía mientras hacían levantamientos, croquis y recoger todo el material probatorio? Y eso es solo por un tema, pero no podemos olvidar que esa avenida ya ha estado cerrada en tiempos de extremo invierno, cuando se han registrado avalanchas y deslizamientos, que pueden volverse a registrar.
Por eso, y con el perdón de los ambientalistas, insisto en la necesidad de revivir el proyecto de una carretera que comunique el sector de La Sultana, el Cerro de Oro y el Zancudo, con la zona industrial. Y también otra que utilizando predios del Batallón Ayacucho (que debería ser trasladado de donde está) enlace con la carretera Panamericana por un lado del Cerro Sancancio.
Ya vendrán otros ejemplos y oportunidades para que sigamos discutiendo y analizando si nuestra bella ciudad está a o no estancada. Si eso lo miramos por generación de empleo y por la dinámica comercial, podemos decir, faltándonos mucho aún, que vamos en claro ascenso. ¿Nos durará? Esperemos un par de años para hacer el balance. Mientras tanto disfrutemos lo que tenemos y enlacémonos rápido con Villamaría, Chinchiná, Palestina y Neira. Eso nos servirá mucho, señor Alcalde.
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