Óscar Dominguez


Michelle Obama, primera dama de Estados Unidos, acaba de salir de la vejez de la juventud para entrar en la juventud de la vejez. Así definía el francés Víctor Hugo la mágica edad de los cincuenta años que ella cumplió el 17 de enero.
La abogada que tiene diplomas en Princenton y Harvard, les exigió a sus invitados que fueran comidos de una vez, eso sí, ligeros de equipaje, con zapatos cómodos, para azotar baldosa.
No prohibió que le llevaran regalos, porque cumpleaños sin orgía de ellos no se estilan. Es de suponer que no faltó el desocupado que aprovechó para deslizar su hoja de vida, bien inflada, como redactada con silicona.
Desde mamá Eva, las mujeres tienden a ocultar su verdadera edad tal vez para no hacer quedar mal el postulado de Wilde: la mujer que no miente no tiene futuro.
Aunque tampoco se pierden los años que se quita una mujer: van a dar donde alguna de sus amigas, según los chinos.
A la edad de la mujer que ronca al lado del hombre que tiene el control del botón nuclear, empezamos a cantar con Horacio Guarany: "Cuando llegues, vejez, no te insolentes, aprende a respetar a los mayores. Piensa que yo alguna vez también fui joven y que me debes, tal vez, muchos favores".
A esa edad es cuando las arrugas, huellas digitales del tiempo, empiezan a hacer estragos en las distintas anatomías. Aunque la madre de Malia y Sasha luce divinamente. El poder detiene el paso de los años.
Los ingleses que en todo están, se han preocupado de esa población adulta que al mismo tiempo empieza a dejar de ser adúltera. O sea, cuando aparece la fidelidad por sustracción de materia.
Para los cincuentones, un tal Richard Ingrams, de Londres, gurú del medio siglo, editó alguna vez la revista "Odie". Su divisa es arrolladora: "La arruga es bella siempre que la edad nos haga lo más excéntricos posible".
Me declaro suscriptor a distancia de la revista "Odie", del filósofo Ingrams, porque enseña a combatir la obsesión de los adultos de parecer siempre jóvenes.
A estas alturas del partido de la vida, si no se puede con la fidelidad mucho menos con la infidelidad. Decimos los varones. Otros proclaman que en materia de canitas eróticas al aire, para quedar mal, queda uno mal en la casa.
A los que están en la cuerda floja de los cincuenta todavía les queda la opción de volverse interesantes. Al menos, eso es lo que dicen nuestras "dulces enemigas".
El hombre que fue a la luna -¿por qué no ha vuelto?-, tampoco ha sido educado sobre la mejor forma de afrontar esa edad. ¿Dónde está la primera universidad para cincuentones?
Además, ¿qué mayor satisfacción que saber que se ha llegado a la época en que se escoge fiesta y no se es gato de toda boda?
Claro que tampoco hay que preocuparse de que los años se vayan tomando nuestras vidas. Al fin y al cabo, a partir de los cincuenta, salvo la juventud, nada está perdido.
Cincuentones: ni un segundo atrás ni para coger impulso para el próximo minuto.
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