Ricardo Correa


Más que nunca, en la pasada navidad se regalaron millones de aparatos electrónicos alrededor del mundo. Niños y adultos recibieron computadores, teléfonos inteligentes, Ipads, televisores planos, consolas para videojuegos, etc. Esto sin contar electrodomésticos de última generación. No cabe duda que todos estos aparatos traen grandes beneficios y comodidades a quienes los utilizan, y a nivel social han producido una revolución significativa en la manera como vivimos. Es imposible pensar la economía, el gobierno, la medicina, la educación y otras tantas dimensiones de la vida social, sin este mundo paralelo que habita en el ciberespacio y en los artículos electrónicos.
Sin embargo, los beneficios de esta revolución tecnológica representan apenas una dimensión de un fenómeno multifacético. Este progreso ha traído aparejado, y ampliándose de manera exponencial, un consumismo desaforado, que como todo consumismo es malsano.
Una dimensión que apenas emerge, y que ya está prendiendo las alarmas, es la de las basuras electrónicas; o sea, la disposición final de todos estos aparatos una vez termina su vida útil. Según la organización internacional STEP (Solving the E-Waste Problem - Resolviendo el problema de la basura electrónica) en el 2012 se produjeron 49 millones de toneladas de basura electrónica, equivalente a siete kilogramos por habitante del planeta. La proyección para el año 2017 es de un aumento del 33% respecto a 2012, pasando a 65,4 millones de toneladas. Los reyes en producción de esta basura son Estados Unidos y China con 10 millones y 11 millones de toneladas respectivamente. Los norteamericanos superan con creces a los chinos en la producción per cápita con 30 kilos contra 5 kilos de los orientales. Igualmente, ambos son los principales productores del mundo de estos artículos. Las iniciativas de reciclaje apenas están tomando forma y la producción de estos desechos supera con creces las posibilidades actuales de manejo de los mismos de manera segura, pues hay que decir que la toxicidad de esta basura es enorme, los metales que contiene son altamente dañinos para la salud humana y para el ecosistema.
Si esto es de por sí muy preocupante, le sigue algo más grave e indigno: la ‘exportación’ de la basura electrónica de los países ricos a los pobres. África es el destino preferido por los europeos para este propósito, y Ghana el vertedero mayor, cuya capital, Accra, tiene un basurero gigantesco en el cual los más pobres de los pobres buscan su sustento escarbando para encontrar pequeñas piezas de metal en los cadáveres de los aparatos electrónicos; a este sitio se le conoce como ‘Sodoma y Gomorra’. Las quemas que se hacen para rescatar por ejemplo el cobre, son altamente tóxicas. Para quien esté interesado puede buscar en Youtube "Ciberbasura sin fronteras" (http://www.youtube.com/watch?v=KirbKJeIv28) y ver en extenso el drama de Ghana. Y no se piense que Latinoamérica está libre de esta contaminación, pues son miles los contenedores que nos llegan de Estados Unidos con esta basura o con artefactos de segunda mano.
Como si esto fuera poco, hay una dimensión más cruel en este asunto: la guerra y la muerte. La República Democrática del Congo ha vivido una brutal guerra civil desde mediados de la década de los noventa, la cual empezó como una confrontación entre el dictador Mobutu Sese Seko y los rebeldes de Laurent Kabila, pero que con el tiempo se transformó y degeneró en una pugna por recursos, especialmente los minerales (oro, tungsteno, coltán, estaño) del oriente de este país. Desde 1998 la guerra en el Congo ha dejado más de cinco millones de muertos y dos millones de desplazados. Sin duda, la guerra interna más atroz del mundo desde entonces, más que la nuestra. ¿En qué se usan los minerales del Congo? en celulares, computadores y otros artículos electrónicos. Vale la pena ver el documental "El Congo, la guerra de los minerales" (http://www.youtube.com/watch?v=GveEpyWiTvc).
Hay un lazo que une estos tres fenómenos en apariencia diferentes. No quiere decir que usar lo mejor de la tecnología que se nos ofrece en los aparatos electrónicos esté mal; además, al fin y al cabo ya hacen parte obligada de la vida diaria. Sin embargo, es preciso saber que aquello que disfrutamos o usamos puede tener otras facetas, en otros lugares del mundo, o tal vez muy cerca de nosotros. Estamos en la obligación de ser responsables y sensatos con nuestro consumo.
Nota: Tuve el privilegio de haber visto en acción a Martín Ochoteco, ‘El Domador de Caballos’. Su relación con los equinos contiene profundas enseñanzas para nuestras relaciones humanas, entre personas.
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