Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá

Qué semanitas estas. La maquinaria arbitral metiendo mano. Escogencia programada para darle calidad a un torneo que  transita por partidos discretos que mueven el extremismo crítico y la intolerancia de los aficionados. Tramo final sin margen de error para los aspirantes, entre los cuales está el Once Caldas.
Hay que lograrlo. No hay otra alternativa. Es hora, entonces de jugar al límite del esfuerzo, al todo o nada, con la fe intacta en el pasaporte a las finales, siempre y cuando el proyecto se apoye en una apuesta ofensiva de quilates. Cero miedos. Se sabe que “sin tetas no hay paraíso”, en sentido figurado, y sin delantera fecunda, no hay goles... Los goles, esos “pepazos” que nos dan felicidad.
Comprensible el enojo de los hinchas, no fanáticos, cuando el resultado no llega como se ha esperado, o como el equipo lo ha trabajado. Inaceptable el insulto, como repudio a la caída, una forma sucia de ganar notoriedad en el estadio; es la vía elegida por gamberros e irracionales.
Ocurrió ante Itagüí, con búsqueda frenética en el segundo episodio, lo que no pudo destorcer el camino a la caída, hasta enardecer la masa, la que borró de la memoria, en su disgusto, el reciente pasado con mejores resultados. Antes de que el pánico aparezca, condicionando un triunfo en el último partido ante Patriotas, es necesario allanar el camino ante Quindío para disipar los efectos de pasados contrastes y silenciar a necios y estúpidos que sitúan el futbol entre el amor y el odio con pasión descontrolada. Como darles gusto con la caída.
Al Once le falta un paso para el acceso a los privilegiados. Con músculo y con técnica, con actitud firme y con el apoyo del pueblo se puede alcanzar, evitando así el inaceptado fracaso. No quiero ni pensar lo que ocurriría, si sumados cuatro partidos, de 12 puntos posibles, no se logran los tres necesitados, en variable dolorosa. Apague y vámonos porque será el incendio festivo de tantos opinadores desaforados.