Jorge Enrique Pava


Como ya es tradicional en Caldas, el solo hecho de estar ad portas de un debate electoral caldea los ánimos, exacerba las ambiciones, promueve las divisiones y enardece los odios. Son muy pocos los protagonistas y demasiados los afectados con las decisiones que se toman y, adicionalmente, mucho el daño que se causa con la bajeza que se acostumbra en el desarrollo de las campañas políticas.
Insultos van y vienen; las descalificaciones se convierten en pan de cada día; los panfletos, los chismes, las consejas y la degradación personal son lugares comunes; las cartas tapadas, las felonías, las traiciones, la doble moral y la ruindad afloran en nuestros seudolíderes que van dejando en el camino una estela de mezquindad y un hedor que apesta a deslealtad.
Es triste, pero es la realidad. Y en el caso particular de la Gobernación de Caldas, ya estamos soportando la tormenta que se genera, primero, para escoger un gobernador encargado y, segundo, para escoger los candidatos que aspirarán a terminar el período constitucional.
Todo parece indicar que lastimosamente nos tenemos que preparar para una nueva guerra política, pues ya empezaron a circular volantes y panfletos que, más que causar un efecto en el contendor, genera desazón en el elector y apatía en las bases de votantes. Esto tal vez nos pueda explicar la carencia de líderes en Caldas y la dificultad para encontrar quién se someta al escarnio público exponiendo su nombre para ocupar cargos de elección popular.
Y como no existen sanciones legales para los grupos políticos o las personas que proceden de esta manera, es necesario concientizar al ciudadano de que el único castigo posible se tiene que manifestar en las urnas. Porque no podemos seguir soportando que en el juego perverso de las vanidades y de la política rastrera y sucia nuestra democracia se vea afectada por la lejanía que producen estos actos y que, en la práctica, nuestros gobernantes salgan elegidos por quienes se abstienen de votar. Porque ese es seguramente el motivo oculto de quienes proceden con esta desvergüenza y, precisamente por eso, hay que infligir un severo castigo.
¡Qué lástima! Las evidencias cada vez nos demuestran más que requerimos con urgencia el cambio de actores políticos en nuestro departamento. Durante años unos cuantos personajes nos han manipulado, nos han fustigado, nos han devaluado y nos han ignorado, arrogándose un poder irremplazable conseguido con los métodos degradantes de la descalificación, la injuria, la calumnia y el señalamiento y las acusaciones falsas. ¿Hasta cuándo vamos a soportar estos procedimientos? ¿Hasta cuándo permaneceremos callados ante esta falta de respeto por el elector? ¿Hasta cuándo seguiremos legitimando este tipo de campañas perversas que lo único que consiguen es alejar al ciudadano de su verdadero poder democrático?
Buena labor haríamos al develar los verdaderos autores de los panfletos, los volantes agresivos y las campañas sucias, y exponer su nombre ante el pueblo para que sufran el castigo político que les corresponde. Tenemos que dejar en evidencia a quienes así proceden, pues es hora de liberarnos de estas ruindades; ellos son quienes menos merecen la confianza del pueblo para que lo represente, ya que han sido ellos, precisamente, quienes han degradado la política a ese despreciable lugar en que se encuentra. ¡No más campañas sucias!
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¿Qué puede tener de llamativo un encargo de tres meses como Gobernador de Caldas, en un puesto que convierte a quien lo ocupe en blanco de todas las miradas, objeto de todas las peticiones, destinatario de todas las exigencias y cabeza de unos cuantos procesos judiciales? Algo bueno tiene que tener ese poder transitorio y muchos réditos debe generar para ser tan apetecido, peleado y raposeado.
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