Carolina Martínez


Sueño con un mundo sin trancones. Habitado por personas libres y responsables que no tengan que salir a matarse con el primero que se les atraviese en el camino. Donde la gente salga a la calle cuando quiera. Vivir en un sitio descontaminado de energías y polución. Sin depender de la gasolina para cumplir. En donde se valore el tiempo y se respete, poder vivir de objetivos y no de reuniones. Un lugar en el que cada cual tenga una meta clara y pueda cumplirla en el momento que escoja. Y poder convivir solo con quien uno elija. Y también me imagino no tener que lidiar con la bipolaridad de jefes y clientes ni con la de esos que aparecen por ahí con ganas de joderte. Y pienso que la vida debe tener un equilibrio entre la forma de ganársela y el gusto de vivirla.
Tantos sueños que se podrían hacer realidad si todas las empresas comprendieran el alcance de las Tic’s o Tecnologías de la Información y Comunicaciones. Si entendieran que estas se inventaron para volver más productivas sus compañías, pero también para mejorarnos la vida a nosotros, no necesitarían vernos calentando puesto desde las 8 a.m.
Obnubilada por mi estado de estrés, infligido por las interminables horas de tortura metida entre un carro por las calles de Bogotá, hice un diagnóstico en mi columna "Misión imposible" del 17 de marzo, donde concluí que el único trabajo que sienta bien es el que no tiene horarios. Ahora que puedo pensar mejor pues finalmente saqué un tiempito para renunciar a un trabajo que me obligaba a desplazarme hasta el centro de la ciudad diariamente y volver a mi casa en las horas del trancón más espantoso, me doy cuenta de que el problema no es de horario sino de presencia. No basta con que no me regañen por llegar tarde. Es necesario que entiendan que no necesitan verme ahí. No soy operaria ni jefe ni hago el aseo, tampoco actriz ni presentadora, peluquera, modelo o recepcionista, lo que hago lo puedo hacer desde mi casa.
En la oficina no dije que era por eso, me dio pena porque al fin de cuentas todos llegan hasta allá cada día. Con mi familia fui sincera y les dije que la movilidad me tenía desesperada, y cada vez que me repetían que lo pensara porque "la platica es muy buena" yo les contestaba que la vida también.
Pero es que padecer cuatro horas diarias de trancón para ir a hacer un informe, eso es una locura en estos tiempos en que da lo mismo hacer negocios de Tasmania a Cafarnaúm, de Nueva York a París o de esta calle a la de al frente. Ya algunas compañías lo entienden, pero siempre el que no capta es el jefe de uno: "Más de 500 empresas y alrededor de 166.000 trabajadores han optado en España por el trabajo en casa en vez de en la oficina, una medida que ha facilitado la reducción de 2.000 toneladas de CO2 al día", según datos de Microsoft Ibérica, con motivo del Día de la Oficina en Casa, que se celebra el próximo 22 de junio.
Si trabajáramos en la casa nos ahorraríamos tiempo, plata, oxígeno, gasolina. Dolores de cabeza. Madrugones. Atracos. Parqueaderos. Jefes mirando el reloj cuando llegas. Carros, seguros, accidentes, multas. Chupas. Paseos millonarios por tener que coger un taxi en la calle. Hasta podríamos usar el carro cuando quisiéramos y ningún pico y placa nos prohibiría salir a la calle dos días a la semana.
Y no es que los jefes no sepan que las Tic´s existen, porque todos tienen portátiles, WIFI, Blackberrys, Iphones, tabletas y celulares con llamadas ilimitadas a cualquier parte. Pero se necesita un cambio cultural para lograrlo. Dejar la manía del sometimiento. Dejar de creer que la gente es productiva solo si le exigen joderse al máximo. Dejar vivir a las personas así se corra el riesgo de que sean felices.
Lo de la platica sí me duele. Pero al final no me quedaba mucha pues me sentía tan infeliz que me la gastaba toda para compensarlo. Me dio por ir al spa a hacerme masajes que me quitaran el cansancio producto de la agresividad que se requiere en Bogotá para enfrentarse a tanto demente infeliz motorizado como uno. Me gastaba lo que fuera en el almuerzo pues sentía que no me merecía un simple corrientazo después de haberme atravesado la ciudad completa. En mi casa solo comía domicilios. Compré toda clase de ácidos hialurónicos para quitarme ojeras y arrugas. Llené mi closet de chaquetas y carteras aptas para una ejecutiva. Compraba todo lo que veía pues no tenía tiempo ni de escoger. ¿Y todo para qué? llegaba a la oficina a hablar personalmente con el jefe y mientras le explicaba la estrategia de comunicación virtual recomendada para los próximos meses, él sí aprovechaba el tiempo y sin mirarme chateaba en su Blackberry durante toda la presentación.
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