Ricardo Correa


Tuve la maravillosa fortuna de conocer a Bernardo Hoyos en enero de este año, aunque de verdad ya lo conocía desde hacía veinte años. Dos encuentros que paso a comentar empezando por el más antiguo. A principios de la década de los noventa Bernardo hacía parte del equipo de periodistas de Caracol Radio en el programa "6 a.m. 9 a.m.". Sus notas eran sobre cultura, arte, música, y sobre todo aquello que requiriera de una privilegiada erudición. En ese momento supe de él. Luego lo empecé a ver en televisión los viernes en la noche con su programa "Cine Arte" de Caracol Televisión. Las películas escogidas y sus comentarios me gustaban mucho. Hace diez años comencé a escuchar la emisora HJUT de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y nuevamente me encontré con Bernardo Hoyos. Desde entonces oigo casi que a diario esta emisora y lo he hecho en todo este tiempo en muy buena medida porque ahí estaba él: para poderlo oír y porque tenía la certeza de que su espíritu y orientación impregnaban toda la programación de la emisora. Bernardo se fue convirtiendo en mi amigo sin que él lo supiera. Me encantaba oír su voz, alabada por todo el mundo por diáfana y bella. Para mí poseía un valor especial: era una voz que llevaba tranquilidad al espíritu, que servía para que la calma llegara si había desasosiego, para sentirse acompañado en la soledad. Siempre quería que él hablara un poco más. Su voz tenía una cualidad meditativa.
De su mano escuché música clásica, barroca, contemporánea, jazz, del mundo y de Colombia. Su programa de las dos de la tarde combinaba lo que a él se le venía a la cabeza y pasaba de Bach a un bolero, para luego moverse a un porro y seguir con la música pentatónica de Asia y coros africanos, y todo se oía delicioso. Al escuchar a Bernardo ansiaba que no se me olvidara nada de lo que él hablaba, desafortunadamente la memoria no me daba para tanto, memoria que en él era un regalo del cielo. Me encantaba su gusto por la Edad Media, pues curiosamente, y sin ninguna explicación, este período ha ejercido sobre mí una especial atracción. Recuerdo la dicha que para el oído era escucharlo pronunciar el nombre del compositor medieval Guillaume de Machault y hablar de sus motetes - ya se me olvidó qué es un motete. Una nota final de este primer encuentro con Bernardo: el mensaje navideño de su emisora, la HJUT - 106.9 FM para Bogotá, es sublime, el mejor de todos. Él escogió "For unto us a child is born" (Porque un niño nos ha nacido) del Mesías de Handel. Este es el link para escucharlo: http://youtu.be/L7DIkr7Qd_Y.
Y llegó el segundo encuentro: Juan Sebastián, el hijo de Bernardo, se casó con Ximena, la hija de un entrañable amigo mío. Debido a esto conocí a Bernardo, por segunda vez, en el matrimonio. No fue coincidencia, fue deliberado de mi parte. Le pedí a Juan Sebastián que me presentara a su papá. Entonces allí hablamos un poco y me invitó a visitarlo a la emisora, a su oficina. Un mes después se cumplió la cita: conversamos delicioso, los temas salían fácil y su compañía fue encantadora. Como era el final de la tarde, Bernardo me trajo hasta mi casa en el taxi que le prestaba servicio de transporte. Un poco después recibí una llamada suya invitándome a su casa; nuevamente la charla fue muy placentera, hablamos de todo lo que se nos iba ocurriendo, y con él todo se ocurría. Lo recuerdo en su estudio, en su poltrona, en un espacio de gran calidez. En un abrir y cerrar de ojos se habían pasado las horas. Disfrutar de su compañía era una terapia para el espíritu, estar con él era de por sí motivo de alegría. La última vez que lo vi fue en su cumpleaños a finales de agosto; nuevamente instalado en su estudio, en su sitio; como por una ley natural, y sin proponérselo en absoluto, él era el epicentro.
Por mi parte tenía planes de muchos más encuentros con Bernardo. Haberlo conocido fue un regalo que aprecio enormemente. Bernardo fue una persona fascinante y bella.
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