Esteban Jaramillo


Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Son cándidos algunos dirigentes del Once Caldas. Sabían de los antecedentes de indisciplina de ciertos jugadores contratados para esta temporada y pensaron en controlarlos y regenerarlos. Tarea, en algunos casos, imposible. Se habló de alcoholímetros, de seguimientos con espionaje y de drásticas sanciones.
Hoy el asunto está manga por hombro. El pueblo futbolero lo sabe porque las versiones sobre los despropósitos en la conducta y los extravíos nocturnos son de común consumo. Se recuerdan casos de futbolistas conocidos, convertidos en el terror de las vecindades por los diarios escándalos en sectores de nivel en la ciudad, con la tolerancia, acompañada de silencios de los directivos. Radica allí una de las razones por los malos pasajes futboleros y el deterioro en la preparación física, talón de Aquiles del equipo.
Esa candidez, referida al comienzo, también tiene que ver con aquellas inaceptadas consultas a los futbolistas, para determinar la continuidad de Páez, director técnico destituido que dejó su imborrable huella en la tabla, por la improductividad de su equipo. Se fue Páez y sus dirigidos soltaron la lengua. No lo entendían, ni sentían su liderazgo.
Es común el paralelismo contemporáneo entre Dayro Moreno y Teo Gutiérrez, aunque sus casos difieren en el tipo de conductas, todas contra los códigos de convivencia y competencia. Dayro es hijo de familia reconocida, de profesionales, pero, inconsecuente con su tarea de futbolista, está su apego al trasnocho y al licor que lo lleva a los excesos y lo malogra como estrella. Teo es humilde, de familia sin recursos, de entorno viciado, de barrio deprimido con ambientes decadentes. Siempre se les perdonó al calor de los goles, de las emociones y de los triunfos. Cuando sus equipos ganaron, sobraron los aplausos y los indultos: fueron dioses. Cuando perdieron, el escándalo estuvo al día, convertidos los dos en apetitoso bocado para la prensa amarillista. Claro que algo va de jugar partidos nocturnos en escenarios distintos al estadio, como en el caso Moreno, y entrar en peleas, abandonar los equipos, intimidar con armas a sus compañeros, e insultar con frecuencia a los árbitros, como Gutiérrez. No quiero entrar en solidaridad obligada ni en comprensiva compasión frente a lo sucedido por reiterativo, aceptando que de mayores proporciones son los episodios de Teo. Merecen por ello sus castigos.
PD. Disfruta con especial placer un sector del periodismo las borracheras de los jugadores o las quincenas sin pago de los dirigentes, por encima de goles y victorias.
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