Jorge Enrique Pava


Después de ser testigo y víctima de lo que es vivir en un país en poder de quienes hoy disfrutan del solaz en La Habana; de tener que sufrir un encierro obligado dentro de las ciudades; de tener que vivir confinado a transitar por un perímetro limitado, sin la posibilidad de disfrutar del paisaje más hermoso del mundo; de tener que vivir sometido a las reglas impuestas por un grupo de facinerosos que sin escrúpulos ni reatos mutilan, secuestran, extorsionan y asesinan; de vivir en un ambiente de zozobra, desolación, desengaño y angustia; después de todo esto, repito, Colombia mostró signos de recuperación y se volvió a respirar un aire de progreso, desarrollo, tranquilidad, esperanza y sosiego. Colombia empezó a ser otra; a ser ese lugar paradisíaco que el mundo entero tenía en su mira, ya no para señalar y degradar, sino para incluirla dentro de sus paquetes turísticos, de inversión y de comercialización. Logramos recuperar un sitial universal y pasamos de ser parias, a ser ejemplo de tesón y enjundia.
Esto pasó, huelga decirlo, en los años de los gobiernos del presidente Uribe. Y no hay nadie -ni siquiera dentro de la más férrea oposición- que ose desmentirlo o se atreva a negar que fue así. Por eso mi identidad con los ideales uribistas; por eso mi sesgo hacia lo que podemos considerar la redención para un país que tenía perdidas sus ilusiones. Porque fuimos testigos de la recomposición nacional, de la ganancia en seguridad, de la recuperación de la credibilidad extranjera y, lo más importante, de la recuperación de la confianza de los colombianos en su propio país. Cosas que estamos volviendo a perder en manos del desgobierno de Santos y producto de la entrega sumisa e irresponsable de Colombia a sus peores enemigos.
De ahí que no haya dudado cuando me invitaron a hacer parte de la convención de este fin de semana donde se elegirá el candidato único por el naciente partido Uribe Centro Democrático. Porque, aunque me he negado siempre a participar activamente en grupos partidistas, el oficio de opinar también es hacer política y decidí asumir responsabilidades más directas.
Y, como todas las personas, tengo unas claras aspiraciones. ¡No faltaba más! Aspiro a encontrar una convención donde primen las ideas, los debates profundos, los planteamientos serios, el juego limpio y una exposición de principios coherentes. Aspiro a encontrar una nueva forma de hacer política, y a que el elector que está desengañado de tanta comedia electoral, mentiras y promesas, encuentre ¡por fin! un sitio dónde expresarse, un lugar donde se le escuche, y unos representantes que aboguen por la solución de sus problemas. Aspiro a que cuando vuelva de allí, le pueda decir a mis contertulios, amigos y familiares que hay un nuevo partido que requiere del concurso de todos para recomponer la senda por donde debemos seguir transitando, y que hay un candidato elegido democráticamente por un grupo representativo de ciudadanos al cual, por lo menos, hay que escuchar y sopesar antes de tomar la decisión de elegir presidente.
Aspiro a que tantos rumores de manipulación, guerra sucia, trabajo soterrado mezquino y politiquero que ha rodeado el ambiente de la convención sean solo eso: rumores. Y aspiro a ello, porque sería un desengaño más encontrar que las huestes uribistas que están llamadas a la renovación política, hayan caído también en los vicios, la podredumbre y la descomposición que aqueja a los otros partidos. Y junto a ese desengaño, la imposibilidad de pregonar que el uribismo es una nueva opción, so pena de resultar engañando al elector y de cometer las aberraciones que tanto criticamos.
Sé que soy solo uno entre más de mil personas que decidiremos quién va a ser el candidato. Y aunque suene extraño, no es precisamente al candidato de Caldas a quien voy a representar; no es Óscar Iván Zuluaga quien me ha dado el poder de representación, ni es el Centro Democrático de Caldas el que me ha llamado a participar en la contienda. Lo hizo Pacho Santos, a quien he aprendido a conocer, admirar y respetar. Y lo hizo, a sabiendas de la amistad y afinidad que he mantenido con los grupos uribistas caldenses, pero, sobre todo, convencido de que él es una opción demasiado válida y de que las reglas del juego se le iban a respetar en todo el país.
Y qué grato lo que he encontrado. Reconocer a un Pacho honesto, coherente, ecuánime, limpio, sincero y directo es de las mejores sorpresas que he tenido en mi vida. Un hombre que es capaz de mirar a los ojos a quien se le ponga en el camino porque no ha recurrido a trapisondas, jugarretas ni traiciones para llegar hasta donde ha escalado. Un hombre que respira decencia y con ella irradia la orden de que las cosas se tienen que conseguir con transparencia, en justicia y con altura. Un hombre que entra a esta convención con la frente en alto porque nadie tiene que reprocharle un mal comportamiento, un acto de bajeza ni una sola deslealtad. Por eso lo represento.
Los tres precandidatos son excelentes. Y por eso aspiro también a que quien salga ungido como candidato por el UCD cuente en adelante con el trabajo de las demás fuerzas para lograr una unidad de partido y convertirse en un opción con amplias posibilidades. Aspiro, por último, a que en esta convención no haya vencidos; a que todos seamos vencedores porque se estará logrando unificar una lucha válida alrededor del candidato que enfrentará con solvencia los contendores que se presenten en esta carrera por la presidencia de la República.
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