Camilo Vallejo


¿Cómo llegan los riosuceños a decir que hay un Diablo bueno, que parrandea, sonríe y bebe guarapo?
Si tienen razón los que insisten en que el mundo ya está etiquetado, que cada palabra corresponde a un objeto definido y a un único sentido, ¿cómo hablar de un Diablo que no es diablo? ¿Cómo puede ser bueno lo malo? Pues un Diablo como este es posible, así como son posibles los mundos por conocer: teniendo las palabras para inventarlo. Es el producto de un truco que primero es creatividad y luego es identificación.
Comienza por combatir a los que creen poder controlar las palabras. Los mismos que, como neuróticos, destinan un cajón para los vocablos de cada color, de cada ciencia, de cada tema, pero que después palidecen de angustia cuando se les desordenan y cuando descubren que fueron hechas precisamente para que saltaran de un lugar a otro.
La creatividad nace de inventar las palabras cuando no existen. Si ya existen basta con sacudirlas hasta que caiga de ellas el polvo, o quizás con estirarlas y recortarlas para que quepan ajustados los significados que se necesitan. Es renegar del adiestramiento del lenguaje así como nos resistíamos de niños.
Fue Vargas Llosa -con su novela El Hablador- el que recordó que desde tiempos remotos el mundo nace del hablar, con la palabra por delante, pues el verbo es lo primero y solo más tarde surge lo que éste quiere decir. Somos producto de ese tiempo en el que "el hombre hablaba y, lo que iba diciendo, aparecía". Así que si lo que se quiere es crear mundos nuevos, donde los diablos son benévolos, habrá que decirlos antes, y para esto las palabras viejas y repetidas que nos obligan a respetar no son un buen recurso, pues ya tienen su magia apagada y su pólvora mojada.
Con palabras nuevas fue que un día se creó lo fantástico y lo demoniaco que define el mundo. El amor, la paz, la justicia, la guerra, el aire, el Estado, el átomo, la luz, la Luna, el capital, la religión, surgieron porque alguien primero los pronunció con atrevimiento e irreverencia. Eso es lo que pone nuestra realidad en el mismo plano de los dragones, los unicornios, las patasolas, las brujas: todo es ficción
¿Pero cómo es que ponemos una frontera entre la realidad y la ficción? Hay viene la parte del truco que es identificación. Y es que no es suficiente pronunciar algo para que exista, pues esa palabra que se lanza al aire y se propone, debe tener el poder de integrar a una comunidad; es decir que debe convencer a varios, al punto que lleguen a identificarse con ella hasta verla como realidad.
Cuando más de uno empieza a creer en lo que significa, y empieza a unirse con otros usándola como puente, la palabra comienza a hacerse verdad; una verdad que, como afirmaba Tomás Eloy Martínez, no se mide con pruebas, fórmulas o métodos que la dogmatizan o la hacen irrefutable, sino una verdad que está más en la tradición y en el consenso colectivo de que eso es verdadero.
Podría decirse entonces que si el Diablo bueno existe, y viene puntualmente a Riosucio, no es solo porque alguien haya dicho con palabras esa locura, es también porque muchos concertaron en que así era. Pero que este Diablo no nos engañe con su supuesta bondad. Es fácil inventarlo en medio de un carnaval, donde todo se revuelca y cambia de significado, pero el carnaval está hecho para terminar y para que al final todo vuelva a lo de antes. En últimas el Diablo bueno es un juego excepcional, momentáneo, pero nunca la verdadera creación de un nuevo mundo.
¿El mundo es una ficción llena de palabras? ¿El cambio comienza al inventar palabras nuevas o al sacudir las que existen hasta convertirlas en realidad? ¿El Diablo bueno de Riosucio hubiera podido existir sin las palabras necias que lo antecedieron? ¿Es un verdadero acto de creación o apenas un juego de carnaval?
Solo por si se preguntaban cuál era el sentido del Encuentro de la Palabra que se realizará del 17 al 20 de agosto en Riosucio (Caldas), aquí quedan impresas estas inquietudes que seguro allá se intentarán resolver. Gracias a la Corporación Encuentro de la Palabra, a la Gobernación de Caldas -a su Secretaría de Cultura y a su Delegación de Caldas en Bogotá- y a las autoridades riosuceñas por seguir haciendo del Encuentro de la Palabra una realidad.
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