César Montoya Ocampo u cmontoyao@hotmail.com 

Henry Miller, autor del libro “Trópico de Cáncer”, a los 84 años, era una pobre piltrafa humana. Su vida, gastada licenciosamente, denunciaba en su rostro las tristes secuelas de la vejez. Usaba una boina de medio lado, para esconder el derrumbe de su cabello. La boca torcida, uno de sus ojos nulo de visión, y el otro, con el párpado descolgado, achicaba la potencia de sus destellos.

Anciano y moviéndose sobre una silla de ruedas, Miller se enamoró. Era Brenda Venus una mujer macisa y descollada, de carnes vibrantes, mirada en llamas, de piel ligeramente opalina, con un agresivo esplendor vital. Para esa explosiva exuberancia, lo ideal es que tuviera a su lado un hombre impetuoso, repetitivamente apasionado, que le administrara sin cansancio los desfogues climáticos de su cuerpo, siempre ávido de contentamientos. Toda ella era un altar de hermosura, un paisaje extasiante por la simetría de sus caderas, la blanca delicadeza de sus brazos y la redondez perfecta de sus glúteos.

Queda un documento fotográfico de esa relación amorosa. Miller aparece encorvado, además inválido, las manos intensamente pigmentadas, con una triste expresión de agotamiento. Brenda, en cambio, vigorosa y radiante, invita a las locas alegrías. Él convocaba a los velorios, ella, atractiva y jocunda, era un apetitoso banquete para los empotramientos de la carne.

Fueron publicadas las cartas que Miller le envió en la atardecida pasión por Brenda, dueña de encantos que esclavizaron su corazón. Con su peculiar estilo escatológico, se postra ante ella en coquetos devaneos que lograron someter la juventud esplendente de la diva. No hubo sexo y fue abstracta, en nivel purificado, la comunión espiritual de estos dos seres de antípodas edades, atraída ella por el fulgor mental del novelista, amarrado él a la versátil conducta de la diosa terrenal. 

“Lolita” es una novela del escritor ruso Vladimir Nabokov, amargamente hermosa, patético relato sobre los imperantes desequilibrios del corazón. Es una obra tierna, con sólido argumento psiquiátrico, centrada en el versátil destino de un hombre de avanzada edad sometido perdidamente a los caprichos de una díscola pilluela, antojadiza y cambiante, que transforma la vida del anciano en un zarandeo de desgracias. “Lolita” es la descarnada tragedia que se repite a diario en todas las geografías del mundo. Las historias que llegan a los estrados judiciales mucho tienen que ver con las veleidades del amor.

Pablo Neruda, vagabundo y sibarita, además de sus inolvidables partos poéticos, dejó dos libros en prosa desbordada, “Confieso que he Vivido” y “Para Nacer he Nacido”, rimero de relatos de enfoque universal. En ellos encontramos, cómo en su oficio de codicioso pescador, conquistaba niñas pícaras de los puertos con las que oficializaba enredos temporales. El corazón de Neruda fue convertido en un doloroso cementerio de amores frustrados. Finalmente ancló su vida en el estuario de Matilde Urrutia.

Tiene otra dimensión, “El amor en los tiempos del Cólera” de Gabriel García Márquez. En la vida de Florentino Ariza fueron entretenimientos pasajeros Olimpia Zuleta, Bárbara Linch, la viuda de Nazareth y América Vicuña. Sin embargo, Fermina Daza fue su torturante obsesión. Viuda ella de Juvenal Urbino la reencuentra, viejos los dos, en un romance purificado de apetitos.

Es sabia y reposada la relación otoñal. No tiene el hervor que esclaviza en el aprendizaje de las primeras escaramuzas, no ese fuego que derrite, no esos celos que hacen de la duda un infierno lloroso. La química de la atracción tardía navega en aguas tranquilas, desconoce las borrascas, fluye como un manantial sedante, no se precipita porque todo es regulado por un tiempo sentimentalmente lento y profundo. Hemos aprendido que el amor no tiene edad y que todo envejece, menos el corazón. Si los jóvenes tienen relaciones apasionadas, casi siempre fugaces, los vínculos de las personas maduras son enraizados, a prueba de tempestades. Por eso son firmes como una roca.