César Montoya


Es medrosa la fábula de Casim y Alí Babá, (un desarrapado leñador), quienes se apoderan del oro guardado por 40 ladrones en los socavones de un monte de Arabia y cómo los cacos, escondidos en tinajas para sorprender y dar muerte a Casim, son descubiertos por la esclava Morgiana. Ésta llena las vasijas de aceite hirviendo y provoca la muerte de todos ellos.
Los dineros del Estado son depositados en los bancos, y su manejo está sometido a estrictos controles. Para disponer de ellos se requiere comprobar las inversiones rigurosamente programadas, aprobadas, ejecutadas y fiscalizadas, de modo que el alzamiento de esos bienes solo puede lograrse mediante endiabladas habilidades. Causa asombro comprobar cómo son de recursivas las filigranas que se inventan quienes se apoderan dolosamente del numerario público.
En los ocho años de gobierno del señor Uribe hubo un desangre venal que a todos nos aterra. Gobernadores elegidos por el hampa con los soterrados compromisos de retornar los favores electorales con asaltos secretos que ellos gestionaban entre bastidores para desviar el circulante hacia las alcancías clandestinas de los delincuentes. Mandatarios de Magdalena, Cesar, Córdoba, Bolívar, Atlántico, Sucre, Boyacá, Cundinamarca, Arauca, Casanare, gestionaron las artimañas para entregarle a los desalmados los auxilios que estaban destinados a la educación y la salud. Los parlamentarios de esos mismos territorios, cohabitando con los malvados, además de llenar las arcas de los forajidos, tomaron para sí exorbitantes sumas en confabulada compinchería con los facinerosos. Casi todos, terminaron en las mazmorras.
La cultura del robo se apoderó de Colombia. No pasa un día sin noticias sobre los atracos al Estado. El tintineo del dinero despierta la avidez de muchos funcionarios públicos, que escalan posiciones solo para colmar sus bolsillos con ingresos mal habidos.
El escritor Ricardo Silva Romero el sábado pasado publicó en El Tiempo estos datos escalofriantes: "…me paso como cucharadas de veneno los 4.000 millones de Invercolsa, los 12.000 de ASIS, los 13.000 de Dragacol, los 348.000 de la Uaesp, los 500.000 de Cajanal, los 559.500 de Caprecom, los 3 billones 900 mil que se pierden al año en sobornos para conseguir un contrato...". Faltaron en esa lista los billones de la rapiña que bajo la batuta de Samuel e Iván Moreno le sustrajeron a Bogotá.
El caso de la capital de la república es el más infamante latrocinio ocurrido a escala universal. Los dos nietos del general Gustavo Rojas Pinilla, alcalde el primero y senador el segundo, montaron un descomunal serrucho para traspasar de las arcas oficiales a las faltriqueras de ellos dos y sus paniaguados, los dineros de la gran ciudad.
Todos los altos funcionarios del Distrito hicieron parte de esa angurriosa comparsa de piratas. El alcalde Moreno, varios secretarios, el contralor, el personero, los gerentes de los institutos, los asesores jurídicos, casi todos los concejales, los contratistas, los abogados, representantes a la Cámara, senadores bajo el comando del caimán Iván Moreno, en perversa coyunda metieron las uñas en las fondos capitalinos.
Causa horror pensar que el apoderamiento de unos pesos en una tesorería municipal se purga con años de cárcel, y estos ladrones enriquecidos ilícitamente por billones, tengan unas condenas mínimas. Eso irrita a la opinión.
El país espera que las sanciones se derramen en cascadas. Los ministros cohechadores, los bandidos que se desempeñaron como secretarios generales de Palacio, los directores del DAS, el alto comisionado para la paz, los generales del Ejército y la Policía, ambos pícaros encargados de la seguridad del Alto Ejecutivo, la taifa integrada por parlamentarios criminales, los gobernadores matrimoniados con sicarios y bandoleros, los que abrían las puertas secretas de la residencia del presidente a los malhechores en altas horas de la noche, los que colocaron micrófonos ocultos en la Corte Suprema de Justicia, en fin, los que nos deshonraron en el ejercicio del poder.
Nunca en la historia de Colombia hubo un tramo de tiempo, como éste, que acumulara mayor perversidad.
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