Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá

Con Cruz, Páez y Hoyos, el miedo asomaba persistente en las esquinas. Participaron los tres en la demolición del club. La onda mejoró y con ella los resultados. El vestuario se hizo limpio, las metas se trazaron con sensatez y el equipo cambió el rumbo. Hoy, el Once Caldas, a cuatro partidos para el cierre parcial, tiene la valla menos vencida, ocupa el segundo lugar, aceptable es su promedio de goles y depende de tres puntos para clasificar. Desde Osorio, hasta hoy con Sachi, no se veían tantas caras alegres ni tanto optimismo.
El proyecto, en plena evolución, no parece tener fecha de caducidad. La siempre fatal dependencia de otros resultados, los del vecino en la tabla de colocaciones con sus previsiones confusas, no hace presencia. El Once en el campo deportivo goza de buena salud, sin que los retoques pasen, por lo necesarios, inadvertidos.
No desairó a su fanaticada el domingo, que con alegría desfiló hacia el estadio. Se vio en la calle al buen hincha, con el colorido de antaño de títulos y copa, en una cruzada de apoyo que conmovió a muchos. Aunque en su plan funcional de juego, careció de los fogonazos de gol, que permitieran una postura triunfal, sin importar la categoría y las cadencias técnicas del rival. Al blanco en la actualidad le sobra voluntad, lo que permite de alguna manera maquillar ciertas debilidades en la iniciación del juego creativo, en zonas de marca.
El sosiego de la inminente clasificación, erradica el pesimismo crónico de tantos, y el extremismo critico de quienes ven el vaso medio lleno, pero con veneno. A cuatro partidos, por tres puntos, la clasificación está en casa, donde el equipo ha mostrado rentabilidad.
El lunes ante Nacional en Medellín, donde Neco se rebela, Bonilla tiene un penoso aprendizaje y la afición presiona con demencia, la bandeja está servida. De no ser así, hay margen amplio de error en el futuro inmediato. Del Once depende la felicidad o el sufrimiento.