Óscar Dominguez


Hay oficios raros. Por ejemplo, el que realizan guardias de seguridad en algunos estadios, dándole la espalda a lo que sucede en el terreno de juego. Otro trabajo exótico sería transmitir una carrera de cien metros planos para tortugas. O ciempiés.
Por razones laborales hice una transmisión tan erótica como pasarse una tarde mirando el exosto de una tractomula subiendo al alto de Letras. Digámoslo de una vez: hace 31 años transmití para Todelar el match por el mundial de ajedrez Spassky-Fischer.
In illo témpore, 1972, el finado maestro Boris de Greiff transmitía las partidas para Caracol. Yo, aprendiz de brujo, lo hacía para el circuito que está de muchos 60 años. Felicitaciones y larga vida.
Las jugadas llegaban a paso de ganso a través de los estrepitosos teletipos de las agencias internacionales. Ambas cadenas interrumpían las transmisiones para dar la chiva de las últimas jugadas. Lo hacíamos con las ganas que habríamos puesto si nos hubiera tocado dar la noticia de la creación del mundo. O del big bang, así nos hubiéramos quedado sordos.
Menciono esta transmisión casi que por señales de humo para provocarles una cierta sonrisa a quienes siguen -seguimos- el match por el campeonato mundial entre el indio Anand, quien cumple 44 años en diciembre, y ese témpano noruego intitulado Magnus Carlsen, 23 años el 30 de noviembre, mi candidato al triunfo.
Las incidencias del match se pueden seguir paso a paso como si los dos devotos de Caissa, diosa del ajedrez, estuvieran en la cocina de nuestra casa. Hay múltiples opciones para seguir las peripecias. Yo me defiendo con www.chessbase.com. No le pregunten a un policía por otras alternativas: pregúntenselo al tío Google. Parece asistido por el Espíritu Santo.
Todos llevamos un Eróstratico en el corazón. Ya sabemos que Eróstrato fue el cliente ese que quemó un templo porque su novia se fugó con su peor amigo. También lo tenía bejuco que la vieja nunca le dio ni la hora de la semana pasada.
Y digo que "llevamos" un señor de esos en ruidosa procesión por dentro porque deseamos dejar huella de nuestro paso por la vida. De incógnito sí no. Inmodestia aparte, mi aporte a la humanidad es haber hecho esa transmisión por radio, y haber perdido después contra Spassky en 28 movimientos.
(Lo que suelo callar es que el ruso me ganó en unas simultáneas en las que enfrentó a otros 30 tableros, faena tan exigente como hacer el amor igual número de veces, una detrás de la otra, sin sacarle punta al lápiz. Ya he contado este chiste pero con otra ropa).
También hablé ¡7minutos7! sobre una de las partidas para el noticiero TVSucesos de Alberto Acosta. Nadie entendió ni jota. El jefe de redacción, Yamid Amat, casi me deja sirviendo para eunuco. Lo mismo Amparito Pérez, a quien le dejé emperifolladas a sus otoñales invitadas de esa noche. No hubo tiempo para ellas. Con su voz siempre confusa, Acosta me ordenó pasar por contabilidad para la liquidación de rigor.
Espero no haberles hecho perder demasiado tiempo, pero quería dejar una necesaria constancia histórica de que transmití por radio un match de ajedrez. En ese entonces, digamos que éramos, bajita la mano, cinco mil millones los que contaminábamos lo que quedaba del medio ambiente. Pero solo Boris y yo transmitimos el match que ganó Fischer. Desde entonces el ajedrez salió del clóset. Puedo agarrar el sombrero y partir.
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