Andrés Felipe Betancourth


Este año de manera particular ha resonado en Manizales y Caldas la conmemoración del Día Mundial del Agua. ¡Enhorabuena! No vale la pena sugerir revisiones de la profundidad y las motivaciones de tal resonancia. A la manera ‘Maturanesca’, si la sensación de derrota del final del año anterior nos invita a celebrar y reflexionar sobre nuestras responsabilidades en la gestión del recurso hídrico... bienvenida sea.
Lo que poco se sabe, al fragor de la celebración, es que además del consenso mundial sobre la fecha hay un consenso para que cada año se reflexione sobre un aspecto de la gestión del agua que sea relevante para la sociedad. Para 2012 el tema a reflexionar fue "Agua y Seguridad Alimentaria", quizá un tema menos relevante para quienes vivimos en los Andes colombianos, por mucho que se pueda pensar en algunas conexiones evidentes, pero no tan notorias para nosotros como el uso del agua para potabilización, distribución y consumo directo o para generación de energía.
Y es menos evidente tal relación porque con nuestros regímenes de precipitación, buena parte de nuestra agricultura no depende de infraestructura de riego, como es cierto que gran parte de lo que cultivamos no es alimento. Pero las conexiones son mayores de lo que se hace evidente. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en el sitio oficial del Día Mundial del Agua, señala que "…la mayor parte del agua que ‘bebemos’ está incorporada en los alimentos que consumimos: producir 1 kilo de carne de vacuno, por ejemplo, consume 15.000 litros de agua, y 1 kilo de trigo se ‘bebe’ 1.500 litros".
Sin duda la dinámica del agua es mucho más compleja que lo que vemos precipitarse o correr dentro de los lechos de los ríos (o fuera de ellos). Por eso necesitamos entenderla mejor para gestionarla mejor.
Hoy es casi imposible cerrar los ojos en la noche sin haber oído hablar durante el día al menos una vez sobre cambio climático, pero poco se discute sobre los cambios ambientales generales a los que asistimos. Con los cambios del clima están cambiando los usos del suelo y las dinámicas de cultivo, y si la cobertura vegetal cambia el balance hídrico también cambia. Pocas preguntas nos estamos haciendo en Caldas sobre el retroceso de los páramos y bosques andinos, la propagación de los pastos y los centenares de miles de litros de agua que deben consumirse para producir la materia seca que se requiere para sostener una vaca, y menos aún nos preguntamos sobre la eficiencia en la producción de leche o carne... sólo como un ejemplo.
Recuerdo a Marvin Harris y su libro de los 70 "Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de las culturas". Casi devolviéndonos las preguntas, Harris nos hace pensar si es más irracional el ‘culto’ a las vacas en la India, que a la ligera asociamos con pobreza material e intelectual, o nuestra manera de consumo, que no repara en las múltiples utilidades de un animal, en la optimización de los recursos locales o en el flujo de granos y concentrados para animales, que en ocasiones comen raciones más caras que las que alcanzan a comer muchos seres humanos.
De manera que hay que invitarnos a pensar más profundamente y de manera más integral en la gestión de los recursos naturales, el agua entre ellos, porque también ocurre que cuando desperdiciamos alimentos, no solo contaminamos, además somos inconsecuentes con la condición de vida de muchos de nuestros conciudadanos y además... ¡oh sorpresa!, estamos desperdiciando agua.
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