Andrés Hurtado


Y así llegamos a Chinchero, el último lugar de esta, nuestra peregrinación por Perú; porque no fue turismo; lo nuestro fue un viaje a culturas y a valores y a esencias americanas de un pueblo que fue grande y se inmortalizó para la historia con sus vestigios en piedra. Y digo nuestro, porque me acompañaba Wilfredo Garzón. Al llegar a este punto es forzoso hacer este comentario: Perú nos sobrepasa con inmensa ventaja en este legado histórico porque los incas y sus predecesores construyeron en piedra, mientras nuestros antepasados construían fundamentalmente en paja y madera; nos quedan, eso sí, monumentos de inmenso valor como son San Agustín y Ciudad Perdida, que subsisten gracias a sus materiales de piedra.
Chinchero es el más fabuloso pueblo supérstite del incainato. Fue construido por Tupac Yupanqui en 1480 como palacio de descanso del inca en la puna. Las casas son auténticamente incas y allí viven los actuales moradores, descendientes de aquellos. Por todo ello la visita a Chinchero cierra con broche, no de oro, sino de diamantes, nuestra visita al fabuloso Perú. Tuvimos, además, la fortuna de llegar en domingo y estaban en el famoso mercado que congrega a vendedores del pueblo y de toda la comarca. Los vendedores son exclusivamente mujeres, ataviadas con trajes largos y coloridos. La Plaza de Armas, como se llaman todas las plazas principales de las ciudades y de los pueblos del Perú, es inmensa. Hermoso ver cómo allí se practica, todavía hoy, el rito tradicional del incainato: el trueque. Conocimos allí al varayoc, o sea la autoridad, que es elegida por los 17.000 habitantes del pueblo.
Allí se intercambian productos de lana de alpaca, llama y oveja, artesanías, instrumentos típicos tradicionales de música; y en el apartado de productos de la tierra vimos: papas, hojas de coca, maíz, coles, cebollas, ocas, naranjas, plátanos, café, limones. Y comimos como se come rico en los mercados populares. El plato consistía en cuy y conejo.
Chinchero se encuentra a 33 kilómetros de Qosqo (Cusco o Cuzco), a 3.800 metros sobre el nivel del mar y durante el Tahuntinsuyo se hallaba en el camino de Cusco a Machu Picchu. Cerca hay dos lagunas, Huaypo y Piuray que según la leyenda fueron los dos hijos del inca, convertidos en lagunas. El paisaje circundante es de sobrecogedora belleza. Los nevados Salcantay, Soray y Verónica cierran el alto horizonte. Visitamos lo que queda del palacio del inca y la hermosísima iglesia colonial rica en frescos y tesoros. Los arquitectos e ingenieros admiran el maravilloso sistema de andenes y drenajes.
Nos hubiera gustado mucho asistir a la gran fiesta del Coyllur Riti, que es única en Perú por su recorrido y dureza. Los días 14, 15 y 16 de julio unas 60.000 personas, nativas y extranjeras, suben hasta 5.000 metros a rendir tributo en el sitio de Sinacara al señor del Coyllur Riti. Nos cuentan que la temperatura baja hasta cero grados y muchas veces la gente no calcula la vestimenta para semejante temperatura. Sinacara es un paraje totalmente cubierto por la nieve. Y también nos dicen que la devoción de la gente es impresionante.
En Lima nos despedimos de los amigos que nos habían atendido en el Sonesta Hotel El Olivar, de la cadena que administra nuestro paisano Jorge Londoño, hotelero y sobre todo apóstol del medio ambiente con su devoción y trabajo para salvar la fauna, la flora y la cultura del Llano y de una manera especial nuestro cocodrilo de los Llanos Orientales. Desde el avión admiramos una vez más las montañas nevadas del Perú, las más bellas del mundo. ¡Perú, fabuloso país!
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