Álvaro Gartner


El Reinado de Cartagena terminó el 12 de noviembre de 1985 y el día siguiente algunos integrantes de la comitiva de la Señorita Caldas, Adriana Arango, y yo que fui en calidad de enviado especial de LA PATRIA, abordamos un avión vespertino con destino Pereira. Aterrizamos en Matecaña después de oscurecer, cuando hacer conexión con Manizales era difícil. Con otros cuatro manizaleños, de los cuales solo recuerdo a un señor Jaramillo, contratamos un taxi expreso que nos trajera a la ciudad. Serían tal vez las 8:00 p.m.
El viaje transcurrió sin novedad y al llegar a Chinchiná, de común acuerdo resolvimos parar en un café muy tradicional que había en la salida para Manizales. Hacía frío y las ganas de tinto era común a los seis ocupantes del carro. Estábamos en esas cuando se desató un torrencial aguacero que alcanzó a mojarnos al reemprender el viaje.
Al pasar por el puente del río Chinchiná, pasadas las 9:00 p.m., traté de vislumbrar en la oscuridad si había creciente, pero nada permitió intuir lo que se avecinaba. Al llegar a la capital de Caldas nos separamos para ir a las respectivas casas.
Pocas horas más tarde mi mamá llamó por teléfono al enterarse de la erupción del volcán Cumanday (“nariz que bota fuego” en lengua indígena) y quería saber si yo seguía en este mundo. Intuición de madre. Aunque ignoro si cuando pasamos por el puente ya la avalancha venía en camino, muy arriba todavía, estoy seguro de que los ocupantes del taxi estuvimos entre los últimos en cruzarlo.
Llegué a la redacción del periódico poco antes de las 6:00 a.m. del jueves 14 y ya bullía como si fuera hora de cierre. Los diez periodistas que la integrábamos estábamos todos para asumir una misión cuya magnitud aún desconocíamos.
Al fotógrafo Ernesto Estrada y a mí nos enviaron con destino Chinchiná, pero solo pudimos llegar más abajo de La Violeta, donde avistamos el inmenso boquete de lodo en que había quedado convertido el río. Había desaparecido todo, incluida la carretera. Llovía y casi al borde del lodazal lloraba un niño de unos 12 años, empapado. Se había salvado porque salió a orinar en la oscuridad y en esas bajó la avalancha llevándose a padres y hermanos y casa. Estaba solo en la vida.
Nos propusimos llegar hasta Cenicafé, desde donde se ve Chinchiná, para lo cual emprendimos ascenso por un empinado y resbaloso cafetal, agarrándonos de las ramas. En medio de la trocha nos topamos con unos bomberos que traían en una camilla un cadáver sin cabeza, cuya foto fue incluida en la primera página de la edición extraordinaria de LA PATRIA que circuló esa tarde. Preguntamos si había muchos muertos y contestaron que eran más de los que se podía contar.
La granja experimental estaba semidestruida. El enorme beneficiadero de café, que parecía indestructible, había desaparecido. Las casas estaban desparramadas y había numerosos carros y camiones aplastados. En momentos así los pequeños detalles adquieren enorme importancia y a Ernesto y a mí nos aterró ver el cadáver de un pececillo en el prado, a más de trescientos metros del cauce del río. Era indicio de la fuerza de la avalancha.
En lo personal fue impresionante, pues había pasado allí algunas de las más inolvidables Navidades de mi niñez y aprendido a montar en bicicleta. Esos lugares amados eran una ruina enlodada. Pero había que dejar de lado sentimientos para hacer un cubrimiento que rebasaba de lejos cualquier expectativa.
Al desandar el camino, siempre bajo interminable llovizna, debimos caminar casi hasta La Siria, donde un conductor, uno de los pocos que por allí transitaba, nos arrimó hasta Manizales, adonde llegamos a tiempo para participar en el cierre de la edición extraordinaria. Ésta contenía lo más urgente, porque las noticias se sucedían cada vez con más celeridad y con todo lo visto, dicho y oído ese día habría material para hacer un periódico de cien páginas. El país estaba paralizado de estupor.
Esa fue la primera jornada, el día siguiente de la erupción de noviembre 13 de 1985, hoy hace 30 años. Los días posteriores fueron como una sola e interminable pesadilla, en la cual cada minuto era más aterrador que el precedente.
Parece que fue ayer…
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