Álvaro Gartner


Si a Dios le diera por resucitar a Moisés para liberar algún pueblo de yugo oprobioso (por ejemplo a los palestinos de los israelíes), tendría que echar mano de equivalentes contemporáneos de las diez plagas de Egipto. Algunas de esa época ya no tendrían efecto, con tanto avance científico. Por ejemplo, no harían mella la enfermedad del ganado, las úlceras, las tinieblas y las muertes de los primogénitos.
Algunas plagas modernas están en Colombia, donde su efectividad está científicamente comprobada. Por lo menos cuatro aportaría nuestro país: una, gamines y pelafustanes que merodean cerca de los estadios exigiendo dinero para entrar a los partidos. Reemplazarían a los piojos bíblicos.
Otra, aficionados al reguetón y la salsa que no conciben escucharla sin atormentar a los vecinos de varias cuadras a la redonda. (Su diversión está en fastidiar, no en oír). Magníficos sustitutos del granizo que atosigó al faraón.
Una más, vendedores ambulantes y limosneros. Equivalentes de las moscas que cubrieron hasta las tumbas del Valle de la Muerte.
Y los motociclistas harían las veces de dos plagas: las langostas y su capacidad de convertir en sangre las calles… a falta de aguas bíblicas.
Las estadísticas impedirán decir que es tirria: en el mundo mueren cada año cerca de 1.300.000 personas en accidentes de tránsito. El 40% de ellos involucra a un motociclista, por lo menos.
En lo que respecta a Caldas, en 2013 hubo 78 heridos en percances de vehículos, de los cuales 38 eran conductores de moto. Y de los 9 muertos que hubo en ese mismo período en el departamento, 4 estaban encaramados en uno de esos aparatos.
Y si de delincuencia se trata, en el 12% de los asesinatos que se cometen en el país el sicario va en moto. Y en materia de atracos, el 10% se lleva a cabo desde estos vehículos.
Una sola es la razón por la cual las motocicletas se han convertido en plaga: los motociclistas. La gran mayoría colecciona pecados capitales:
Soberbia: se creen dueños de las calles. Hay que abrirles paso por las buenas o lo abren a las malas.
Avaricia: aun cuando causen el accidente de tránsito, se las ingenian para sacar dinero de sus víctimas, sin que les dé asco la extorsión ni el chantaje.
Glotonería: así sea en vías de velocidad restringida, se quieren devorar las distancias y beber los vientos, sin importarles quiénes más las ocupen.
Lujuria: piensan que la velocidad es un afrodisíaco. Algunos motociclistas parecieran tener la testosterona concentrada en la mano que va al acelerador y hay que ver cómo se creen tan hombres porque se llevan a todo mundo por delante.
Pereza: se niegan a aprender las normas de tránsito; son reacios a reconocer responsabilidad ciudadana alguna. Ello, sin caer en los cuantiosos incidentes que provocan, muchas veces por pereza de tener cuidado.
Envidia: están convencidos de que los derechos son de los motociclistas y los deberes de quienes no lo son. Y cuando ocurre un accidente que involucra a alguno de sus colegas, caen como langostas (¿vieron que sí?) y bajo el prurito de solidaridad con aquel, por más que sea culpable, en el fondo buscan cómo sacar dinero ellos también.
Ira: es su combustible espiritual. No admiten que nadie se les adelante en la vía y si por desgracia un peatón trata de cruzar la calzada, en lugar de quitar la mano del acelerador, cuando menos, aumentan la velocidad, para verlo correr. Ah, si lo atropellan, es mero daño colateral. En éste incurren los delincuentes que usan motos para cometer fechorías.
Cierto es que no todos los motociclistas practican los siete pecados capitales. Los habrá de tres o cuatro; el de menos, uno. También los hay libres de pecado, pero ¡ah! poquitos. Son mejores conductoras las mujeres que los hombres, pero entre aquellas hay unas…
Es más fácil que Manuel el de la Séptima firme una paz sin concesiones humillantes con los herederos de Manuel el de la Selva, que en Colombia los motociclistas dejen de ser un problema de la magnitud de las plagas con que Dios zafó a los hebreos del yugo faraónico.
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Coletilla:
El sueño de todo motociclista es llegar a ser cadáver.
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