Álvaro Gartner


Justo cuando se intenta recuperar el sentido del rito del Carnaval de Riosucio, estalló la crisis en una de las grandes celebraciones religiosas locales: la fiesta de la Virgen de la Candelaria, finalizada anoche. Su resultado era incierto cuando escribí esta nota. La otra es la Semana Santa, y ambas son desconocidos por fuera. Si no, estarían invadidas por jipis y por ciertos vecinos que se creen dueños de todo.
El despiporre candelario fue visible por las vacalocas de la noche final. (No son “vacas locas”, corresponsal y redactora: éstas son la misma ‘encefalopatía espongiforme humana’ o ‘enfermedad de Creutzfeldt-Jakob’, lo que sea que signifique o quiénes sean ese señor o esa señora). La vacaloca es “una especie de disfraz de armazón a través del cual parece materializarse el espíritu de una res que, con sus cuernos en llamas, embiste loca e indiscriminadamente a todo el que halle en su camino. Es una danza nocturna”, definió Julián Bueno en el primer tomo de ‘El Carnaval de Riosucio’.
Sus cachos flameantes son la versión lúdica de la devoción religiosa: purifican con fuego. A la también llamada Virgen de la Purificación se le hacen también procesiones con velas, serenatas y juegos pirotécnicos en las “horas peligrosas” (Salmo 91) de los días de celebración, llamadas hoy ‘horas pico’.
El culto surgió cuando el indígena cristianizado sustituyó su diosa de la chicha prehispánica por la virgen de las candelas, pues ambas son culto a la Tierra, porque el día de ésta, febrero 2, coincidía con la quema de los maizales secos para hacer nueva roza. Subsistió la libación ceremonial, a la cual se sumó la vacaloca senegalesa, al decir de Bueno. Con el tiempo, su solitaria figura inicial se convirtió en rebaño de creciente bravura, al entrar reses de dehesas espurias que embistieron la tradición hasta obligar a suspenderla en 2016.
Si no se enfrenta la crisis, la Candelaria será como cualquiera otra fiesta de pueblo: un montón de beatas baboseando oracioncitas de las que ni ellas entienden el significado. Tampoco entiende Joaquín Elías Franco, supongo, párroco de esa iglesia, quien declaró en LA PATRIA del martes que “si se suspenden las Vacas Locas no se afecta la celebración religiosa”. (Aguantaré las ganas de repetir el epíteto que en 1884 asestó el nuncio Agnozzi a curas como él).
Sí se afecta, porque la comunidad, no la parroquia, la organiza con pautas de carácter patrimonial inmaterial. Lo más valioso no es lo que ocurre puertas adentro de la iglesia, sino en la plaza, con lo cual el riosuceño se identifica, sea o no católico.
El primer golpe contra la fiesta lo dio un obispo de Pereira, cuando pasó la feligresía campesina de La Candelaria a San Sebastián, y la de éste a aquella,importándole un bledo lo ancestral. Consecuencia: desapareció el festejo al asaeteado santo y tiene en entredicho el de la purificadora vestal.
Corresponde a las autoridades garantizar y a la comunidad proteger su tradición. ¿Será mucho pedir a los párrocos respetarla, aunque no la entiendan?
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Alguna vez, Antonio Caballero exaltó a Pablo Mejía Arango como mejor columnista de opinión de Colombia. Escalafones aparte, me mantuvo en contacto nostálgico con la tierra durante los años pasados en Cali, al recordarme niñez y adolescencia pues éramos coetáneos. Cuando sus columnas y las de Miguel Villegas (‘Del Manizales que se fue’) sean recopiladas en libros y reediten ‘Manizales de ayer y de hoy’ de Guillermo Ceballos, se obtendrá el mejor panorama de la historia menuda local del siglo XX.
De Belisario Ramírez recibí lecciones de bonhomía y amor por el terruño en mis comienzos periodísticos. De él aprendí que Caldas es invaluable e inagotable fuente de crónicas.
A Roberto Hernández Gutiérrez recuerdo verlo entrar día de por medio a la sala de redacción de la vieja sede de la 20, para entregar las noticias de Villamaría en hojas mecanografiadas, con fotos pagadas de su bolsillo. Así se era corresponsal en los años 1980. Traía tantas que despertaba celos en otros pueblos, donde creían que gozaba de favoritismo.
Con sus partidas definitivas tuvimos los primeros sinsabores de 2017 y se acortó preocupantemente la lista de la vieja guardia informadora. Que la tierra les sea ligera, como decían los antepasados.
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