Álvaro Gartner


La semana pasada se levantó un polvero mediático por uno más de los miles de episodios criminales cometidos por catervas que, con el prurito de ser hinchas de un equipo de fútbol, quieren “acabar hasta con el nido de la perra”, como decían nuestras mamás. Polvero que se llevó el viento dejando solo una capa más de tierra sobre autoridades y leyes, mientras los estadios se parecen cada vez más a Siria.
¡Cómo añoro el tiempo cuando se podía ir al estadio, seguros de salir vivos! Se iba a ver fútbol, no a saltar como posesos, ni cantar consignas que parecen escritas por el ideólogo del Estado Islámico. El grito más agresivo era “¡pícaro, pícaro!”, reservado para el árbitro cuando perjudicaba al Once Caldas. Al rival se le chiflaba cada tanto y si era extranjero se aplaudían cortésmente sus goles.
Afuera no había una horda tenebrosa pidiendo-exigiendo dinero para la boleta, cuando no atracando. Los únicos que entraban gratis eran niños pobres a quienes acomodaban en la llamada 'Tribuna de gorriones', porque sus vocecitas parecían bandadas de pajaritos.
La dicha duró hasta 1985 cuando un 'hooligan' (vándalo en español) inglés incendió una tribuna del estadio de Bradford y perecieron 56 personas. Dos semanas después, hinchas del Liverpool británico provocaron una avalancha en el coliseo de Heysel, Bruselas, que segó la vida a 39 personas.
Las autoridades europeas enfrentaron a los gamberros con leyes eficaces, con la fuerza de las armas, encarcelando, quitando pasaportes, haciendo redadas, etcétera. Si bien el fenómeno no ha desaparecido, fue “reducido a sus justas proporciones”, hubiera dicho Turbay, y se pudo volver a los estadios europeos.
Luego las barras bravas argentinas se apoderaron de graderías y equipos. Son guardaespaldas de sus ídolos y extorsionistas del resto; quitan y ponen entrenadores. Y los directivos regalan boletas a cada salvaje.
¿Cómo no copiarlo en Colombia? ¡Un país donde el plagio es lo original! (¿Vieron 'Yo me llamo'?). Vándalos de todo pelambre se unieron para ahuyentar al aficionado raso. En el otrora apacible Manizales, solo este año han sido sancionados cinco desadaptados por llevar estupefacientes. Otros van armados por si se ofrece.
Ellos saben que tales condenas son un saludo a la bandera. Lo admitió en LA PATRIA del 3 de mayo, John Jairo Vásquez de Holocausto Norte: “Uno los ve allá y no los puede señalar porque eso le compete a la Policía”. A los policías no les compete, porque eso sería cumplir con el deber y de pronto los sancionan. Un 'castigado' declaró muy fresco: “Me hicieron el comparendo, pero como no hay mecanismos de control, allá estoy viendo a mi equipo”.
En la misma edición figura una de las declaraciones de ineptitud más grandes que jamás haya formulado funcionario alguno, a cargo de John Éverth Zamora, secretario de Gobierno de Manizales: “Es imposible (sic) hacer el control” de vándalos e identificarlos. ¡Merece una placa de mármol!
Y el Congreso, siempre atento a las tendencias de la moda, anunció un debate que debió ser o será inocuo, pues como declaró el presidente de la Comisión Séptima del Senado, Antonio Correa, no hay de qué preocuparse, pues “los actos vandálicos se están presentando a nivel internacional”. Colombia va por el camino correcto.
Entretanto, las barras se agremiaron en el Colectivo Barrista, cuya imagen es un encapuchado. Ya llegaron a dos conclusiones importantes: la violencia en los estadios se debe a sus divisiones internas, que solo pueden zanjar matándose en las graderías, aunque hay pacto de no agresión por si se cruzan en la carretera, del cual quedaron excluidos los aficionados que solo quieren ver fútbol en vivo.
Gobernantes, autoridades y Dimayor hacen trascendentales reuniones para concluir que la responsabilidad es de otros y dejan las cosas así. En el Ministerio del Interior descubrieron que “estos criminales están alejando a los verdaderos hinchas”. Nadie les aclaró que ocurre desde hace 30 años. Y las leyes que regulan y sancionan a los 'hooligans' criollos son monumentos a la inoperancia.
¿Cómo solucionar el problema? ¿Servirá el romántico intento de amansar las barras bravas o mejor será controlarlas como en Europa, con normas eficaces y autoridades que las aplican? Esto parece más utópico aún: aquí faltan los dos elementos.
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