Álvaro Gartner


Un traje de prisionero manchado de sangre parda, por el paso de los años, colgado dentro de una solitaria vitrina en un inmenso salón, es la primera impresión que golpea el alma de quien se atreve a recorrer el campo de concentración de Dachau, convertido en museo. Luego la visión de las barracas, las alambradas, las duchas de gas y, sobre todo, de la cuádruple capilla para sendas religiones en que fue convertido el horno crematorio, terminan por abrumarlo con la brutalidad de la Segunda Guerra Mundial.
Las imágenes desfilan por la mente en estos días de conmemoración de los 70 años del final de ese conflicto bélico. Por lo menos en Europa, por cuanto en el Lejano Oriente prosiguió hasta agosto de 1945.
Los cerca de 55 millones de muertos y desaparecidos; las batallas en tres cuartas partes del planeta; el arrasamiento de numerosos países; los multitudinarios desplazamientos y desarraigos, todo, la sitúan en la cima de todas las guerras como cruel exhibición de la demencia humana. Aunque ya se vislumbran otras cotas más dolorosas.
Pero también fue punto de partida de los enormes avances tecnológicos de que hoy disfrutamos… y padecemos. La energía atómica, el motor a reacción, la cibernética, la medicina, los estudios genéticos, las comunicaciones y la publicidad de masas, entre muchos, se desarrollaron como recursos de ambos bandos para derrotar el enemigo.
También se enriqueció la literatura, pues son incontables los libros y artículos escritos desde el momento en que estalló la guerra en 1939. Sin conocerse una cifra ni siquiera aproximada, seguro haría ver pequeña la legendaria biblioteca de Turbay.
Y sin embargo no se ha contado todo. Siempre se ha escrito desde la perspectiva de los aliados, como si la de alemanes, japoneses e italianos estuviera condenada por siempre. Narrar cómo se vivió la guerra en esos países no equivale a hacer la apología de los regímenes que los condujeron al abismo. No todos los alemanes fueron nazis, ni fascistas todos los italianos. Afirmarlo equivaldría a decir que todos los colombianos somos traquetos, guerrillos o corruptos, y ahí sí le pongo pelea al que sea.
Entre los poquísimos libros que muestran la perspectiva de los derrotados, se cuenta ‘El incendio’ de Jörg Friedrich, que muestra cómo los bombardeos aliados sobre Alemania no apuntaron a objetivos militares sino culturales. El lector queda con la idea de que Churchill tenía semejanzas con Himmler, sin que el autor lo insinúe. Y a éste no puede acusársele de pronazi, pues es especialista en investigar los crímenes del nacionalsocialismo.
Apenas hace poco fue develado el verdadero móvil del lanzamiento de la segunda bomba atómica, sobre Nagasaki, cuando ya Japón estaba derrotado militarmente. El presidente de los EE.UU., Harry Truman, ordenó soltarla cuando se enteró de que Stalin había ordenado la invasión del imperio nipón, botín que no deseaba compartir. ¿No es crimen de lesa humanidad matar a cien mil civiles solo por hacer una jugada política?
En Colombia ya se ha dicho, pero no profundizado, que Laureano Gómez fue admirador de Hitler y Gilberto Alzate Avendaño predicó la ideología fascista, aprovechando su parecido con Mussolini. Eso debería saberse mejor.
Sería criminal negar que hubo Holocausto, pero no fueron solo judíos las víctimas de ese genocidio. En campos de concentración murieron millares de personas de otras nacionalidades, entre las cuales la romaní o gitana fue objeto de sanguinarias persecuciones. La diferencia está en que éstas quedaron en el anonimato y los judíos volvieron eso negocio, mientras su Estado hace con los palestinos lo que los nazis hicieron con sus antepasados.
Han pasado 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial y aun no salen a la luz todas las verdades. Cierto es que lo hecho por nazis, fascistas y japoneses es execrable, pero en el bando aliado también fueron cometidos crímenes de guerra, convenientemente tapados por la victoria.
Por eso, al hacer el doloroso recorrido por el campo de Dachau y llegar a las capillas, el visitante ora pensando que el mejor homenaje a las 55 millones de víctimas es decir toda la verdad. Y las ideologías que las causaron queden sepultadas para siempre.
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Adenda: Muy bueno que en la página Social de este diario publicaran fotografías de celebraciones del Día de la Secretaria. Sirvieron para constatar que algunas de la Gobernación sí saben sonreír.
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