Álvaro Gartner


Hace dos semanas, el arzobispo de Manizales, Gonzalo Restrepo, pidió perdón por los escándalos causados por sacerdotes católicos. Aunque no lo dijo explícitamente, se deduce que aludía a quienes han abusado y abusan sexualmente de niños.
El año pasado, el simpático papa Francisco anunció que “los crímenes y pecados de los abusos a menores no pueden ser mantenidos en secreto por más tiempo. Me comprometo a la celosa vigilancia de la Iglesia para proteger a los menores, y que todos los responsables rindan cuentas”.
Fuera que la petición del prelado local respondiera a la decisión de su pontífice, o fuera por iniciativa propia, rompe con decenios de silencio en una curia y una ciudad donde los asuntos espinosos se han manejado 'sottovoce', que es lo mismo que no manejarlos. Hasta donde la memoria alcanza, ni el temido monseñor Pimiento, que era velocísimo para fulminar rayos contra los laicos, llegó a dejar caer siquiera un destellito sobre los clérigos que aberraban.
La corrupción de menores es de vieja data en Manizales. Ya hace 50 años, en por lo menos un colegio católico de la ciudad, había curas y profesores laicos que abusaban de los niños. (No sigo, porque termino diciendo nombres).
Ignoro cuántos casos ocurrieron, pero no se necesitaban muchos para configurar pecado, delito y escándalo. Con uno hubiera bastado. Pero no, para jerarcas como monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal, eso no reviste importancia porque son del pasado y “muy excepcionales” (ver El Tiempo, octubre 8 de 2015). Y el cardenal Rubén Salazar considera que se pueden contar con los dedos de la mano.
Lo que a los amigos del secretismo molesta no es la cantidad de abusos viejos, sino que salgan a la luz los recientes. Sus pronunciamientos los hicieron hace seis meses, cuando la Corte Suprema de Justicia atribuyó responsabilidad civil a la Iglesia Católica colombiana en la condena a 18 años de cárcel proferida contra Luis Enrique Duque, quien siendo párroco en Líbano, Tolima, violó a dos niños de 7 y 8 años, en 2007. Monseñor Publicidad.
Castro dijo que era “una ofensa para la iglesia que la condenaran por un hecho individual”... cometido durante el desempeño de funciones eclesiásticas y prevalido de autoridad espiritual, omitió decir.
También pasó por alto que hace trece años la Arquidiócesis de Boston debió pagar USD85 millones para indemnizar a más de 500 demandantes abusados por sacerdotes cuando eran niños. ¿Cuántos dedos se necesitarán para contarlos?
Por ello, no es suficiente con pedir perdón. La Iglesia Católica debería imitar el Estado alemán, que indemniza a las víctimas del Holocausto nazi. Los gobernantes asumieron la responsabilidad política de algo que ellos no hicieron; ni siquiera vivieron. Recuérdese que también fue holocausto la Inquisición que torturó y quemó a miles de personas en nombre de Dios, crímenes que Juan Pablo II consideró saldados con solo pedir perdón en 2000.
El Vaticano deberá hacer mucho más para recomponer su imagen, mancillada a lo largo de siglos por sacerdotes (muchos o muchísimos) de ninguna moralidad. Debe airear esos casos, no tanto para disminuir el éxodo de millones de católicos hacia sectas cristianas en las cuales los expolian pero no tocan a sus niños, sino para sanear el clero y demostrar que la prédica hacia afuera es precedida por una práctica consecuente hacia adentro.
Una manera de hacerlo será reconocer que prelados y clérigos son humanos, no sobrenaturales, y tienen necesidades afectivas. Debe cancelar el discurso ginecofóbico y aceptar que las mujeres son tan importantes como los hombres a los ojos de Dios; y acallar las prédicas homofóbicas, para respetar a clérigos que como monseñor Krzysztof Charamsason capaces de admitir públicamente su homosexualidad. Es preferible que los primeros tengan amantes, como hicieron los curas doctrineros coloniales, y los segundos puedan mostrar sus parejas adultas, y no que se encierren en sacristías a abusar de niños o corrompan adolescentes en los seminarios.
Aplaudo la petición de perdón del arzobispo de Manizales, así no resarza a las víctimas, la sociedad y la iglesia misma. Quiero creer que refleja el comienzo de una nueva era en el catolicismo. Porque si sus palabras y las de Francisco no pasan de ser retórica, ahí sí encomendémonos a Dios... sin intermediarios.
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