Álvaro Gartner


“¡Qué desencanto más hondo, / qué desencanto brutal!/ ¡Qué ganas de echarse en el suelo/ y ponerse a llorar!/ Cansao de ver la vida, / que siempre se burla/ y hace pedazos/ mi canto y mi fe”. Los versos reflejan el desengaño vital de su autor, el gran Enrique Santos Discépolo. Son un tratado de filosofía que abarca todas las circunstancias que hunden el espíritu en un pozo de oscuridad.
Mismo en que se hallan simpatizantes e hinchas del Once Caldas, incluido este servidor, al verlo convertido en una “tumba de ensueños/ con cruces que, abiertas, / preguntan... ¿pa’ qué?”, siempre con Discepolín. Los racionales, que son muchos, para despecho de los pocos que salen a las redes sociales a vomitar su pequeñez humana, sienten gratitud por la empresa Kenworth que lo arrebató de las inciertas manos que lo llevaban a la desaparición.
La adquisición fue una bofetada a empresas e inversionistas manizaleños que no creen en los valores de su ciudad. Lo cual se sabía desde 2004, cuando malograron inmensa oportunidad de convertir a Manizales en atractivo turístico mundial, gracias al triunfo en la Copa Libertadores. Así lo advirtieron analistas internacionales, pero los líderes (?) locales no se enteraron… o estaban en Santágueda.
Con la llegada de la Kenworth, la mayoría de hinchas se ilusionó porque el Once recuperaría la grandeza que le dio la junta liderada por Jairo Quintero y contrataría futbolistas de primer nivel. Pero olvidaron que lo adquirido no valía nada, pues arrastraba una deuda astronómica con la DIAN, además de otras laborales y civiles.
Es natural que el dueño busque sanear la institución y recuperar su inversión. Pero su estrategia funcionará para vender camiones, pero no con una institución en la cual su más importante activo es los derechos de contratación de seres humanos y su clientela potencial obra con el corazón y no con la razón.
Esto ratifica que el motivo de compra del Once Caldas fue una maniobra publicitaria, quizás porque el mercado regional es atractivo, lo cual es válido y respetable. No fue por simpatía con la ciudad o porque si llegara a faltar el fútbol, las obleas se agotarían en Chipre desde la mañana del domingo. Mal puede sentirla quien vive tan lejos que no escucha los clamores de una colectividad y delega en alguien que manejó una entidad deportiva tan ‘sui generis’ (por así decirlo) como el Envigado.
Las consecuencias más temprano que tarde se volverán en contra del salvador del equipo: éste pierde respetabilidad deportiva, pues figura entre los ‘ganables’ por sus rivales grandes, y sus acciones se desvalorizan, lo cual dificultará redimir lo gastado. Y, lo peor, mata el sentido de pertenencia, de por sí débil, de una clientela que ya percibe a ‘su’ Once de Caldas, como algo de ‘otros’ de Medellín.
La historia cuenta que las crisis deportivas y económicas fueron resueltas en la ciudad: en 1951, los manizaleños Carlos Gómez Escobar y Eduardo Gómez Arrubla aportaban el 60% de los costos de funcionamiento del Once Deportivo y el Deportes Caldas. El resto se obtenía con magras taquillas. En noviembre se fusionaron los dos equipos, que en 1952 compitieron como Deportivo Manizales, que desapareció ese año.
En 1959, cuando fue fundado el Once Caldas, Gómez Arrubla y Gómez Escobar ofrecieron pagar dos futbolistas toda la temporada y éste último prestó una casa para concentrar a los jugadores. Los carniceros de la plaza de mercado hicieron colecta, fue abierta una cuenta bancaria para recoger dinero y los teatros ofrecieron espectáculos benéficos y cobrar una sobretasa en los tiquetes del cine.
En 1974, luego de dos horribles campeonatos, se hizo la campaña cívica ‘Cristal Caldas 1975’, que incluyó rifa de un carro. A los futbolistas les pagaron el sueldo con boletas. Me parece ver a Oswaldo Forastieri vendiéndolas en la Plaza de Bolívar. Como resultado, en 1976 hubo equipo grande, manejado con cariño por los dirigentes, uno de ellos un antioqueño… que vivía aquí.
¿Qué será mañana del Once Caldas? El hincha necesita salir del desencanto. Quiere tener, como mínimo, ilusiones. Pero ante el panorama que se vislumbra, canta con el poeta y compositor argentino: “Yo hubiera dado la vida/ para salvar la ilusión…/ […] dulce consuelo/ del que nada alcanza”.
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