Álvaro Gartner


En las academias de historia, incluidas la caldense, crece el clamor para que el gobierno reincorpore esa cátedra en los pénsums de la educación básica. Fue suprimida desde 1984, sustituyéndola por una masa informe denominada ‘ciencias sociales’, expresión que tendría algún significado si hubiese ‘ciencias antisociales’, distintas de la política colombiana.
En este costal sin fondo cabe de todo, hasta el embeleco de la ‘construcción de identidades’ (otra frase rimbombante sin significado), cuyo único mensaje es machacar que llevamos cinco siglos como unos N.N. sin valor. Por eso, a cuanto iluminado se le ocurre ‘construir’ lo ya construido, aparece con ínfulas mesiánicas a inaugurar una nueva era… de repeticiones.
Los historiadores, que son la versión moderna del consejo tribal de ancianos como depositarios del conocimiento ancestral, saben que las identidades colombianas están ahí, pero deben salir a la luz. La única manera es volver a enseñar su historia.
Porque, a diferencia de la moda que es mediática, lo permanente suele pasar inadvertido, sumido en el secreto, en aparente olvido. No es ruidoso como lo efímero, pues subsiste en elementos cotidianos que no llaman la atención y sobreviven a los grandes cambios, en tanto sean funcionales. Hay que volverlos visibles, contar de dónde vienen, para qué han servido y cómo influyen en la vida cotidiana. Eso es enseñar historia.
También se ilustra hablando de personajes y episodios locales, de gente con nombres familiares, de lugares conocidos. Y donde falte el documento busquen un viejo memorioso. No solo debe volver la cátedra al aula sino el nieto al abuelo, primer maestro.
Sin embargo, tres decenios son una brecha generacional enorme. A los profesores de hoy tampoco les enseñaron en el colegio lo que replicarán en sus discípulos. Si con dificultad conocieron padres, menos tuvieron un pariente viejo que despertara su curiosidad por el pasado. ¿De dónde sacarán, entonces, pasión para enseñar lo que no los hace vibrar?
Es el gran reto de restaurar la asignatura: educadores y educandos deberán aprender al tiempo conocimientos y despertar afectos. De lo contrario, se prolongará de manera indefinida lo que Julio César Londoño escribió en ‘El Espectador’ en enero 6: “La escuela no estimula el pensamiento. Lo castiga. Decenios después del ‘cambio’ del paradigma de la memorización por logros, competencias y estándares, la escuela sigue siendo un mecanismo de repetición que gira en torno al principio de autoridad”.
Para que la historia se convierta en un valor, no se debe fundar en fechas ni próceres maquillados, sino en procesos colectivos y reconocimiento de lo propio. Solo así sabremos de dónde venimos y Colombia por fin sabrá para dónde va.
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Post scriptum: Malo, muy malo el escándalo desatado por la condena de 33 años de cárcel proferida contra el clérigo William Mazo por violar a cuatro niños de 9 a 12 años, de los cuales tres hermanos. El abogado de la Arquidiócesis de Cali no tuvo empacho en escribir: “La causa del daño es atribuible de manera exclusiva a las víctimas indirectas [los padres], quienes faltaron a su deber de cuidado, vigilancia, comunicación y protección de unos niños que bajo ninguna circunstancia podían decidir, resolver, determinar el curso de su vida y su libertad sexual”. ¡Qué tal!
Como dijo uno de los violados: “Ahora resulta que terminé corrompiendo a ese sacerdote”. O sea, es el “delito imputable a los niños, por mala educación y vicios por los que los padres están obligados a responder”, añadió su apoderado. (Ver edición 1815 de ‘Semana’).
Los ofendidos desean enterar al papa Francisco. Pierden el tiempo, pues no desautorizará públicamente a su arzobispo, ni lo trasladará, nada. La Iglesia católica está diseñada para tapar cada atrocidad que cometen sus miembros, aquí y en Cafarnaúm, predicando que son seres humanos con quienes se debe tener comprensión. La cual le falta cuando el pecador (delincuente) es laico. Después no se queje de la desbandada hacia sectas que anestesian el espíritu para saquear el bolsillo.
Lo único que obtendrán será poner al criminal Mazo en la fila de mártires canonizables, ahora que hay santos tan tenebrosos como Ezequiel Moreno, que estimulaba el asesinato de liberales en Pasto. Y engrosarán el parnaso de hampones con que Caracol y RCN estupidizan más a su teleaudiencia.
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