Álvaro Gartner


Durante años, en Colombia no tuvimos acceso a expresiones artísticas como ópera, ballet y conciertos de artistas con renombre y calidad (el primero no garantiza la segunda). Aquella se disfrutaba las raras veces que algún iluso se atrevió a presentar montajes con artistas locales, los cuales eran recibidos con escepticismo porque no cantaban las grandes figuras.
De resto los melómanos debíamos contentarnos leer las reseñas sobre temporadas en los grandes teatros y ver pequeños fragmentos en canales televisivos extranjeros. Jamás en los colombianos, que están vacunados contra toda manifestación cultural. (Si hubiera vacunas parecidas para el ébola o la malaria, esas pestes serían historia junto con la viruela… igual que la cultura en nuestros medios de comunicación).
Ah, había otra manera de sobrevivir a la sequía musical: cuando había tiendas de discos y en ellas ofrecían videos, se podía adquirir excelentes versiones operísticas y balletísticas. Siempre y cuando en el bolsillo hubiera excedente monetario.
Las cosas comenzaron a cambiar en 2009, cuando Cine Colombia anunció la transmisión en directo de la temporada de la Ópera Metropolitana (MET) de Nueva York, vía satélite, con subtítulos en español. Parecía más bien un ensayo, pues siempre había los riesgos de perder la señal y de que el público no respondiera.
Tuve oportunidad de asistir a la proyección inaugural en las salas de Chipichape en Cali. Fue una experiencia inolvidable, como todas las siguientes, en aquella primera ocasión con una sala con un poco más de la mitad del aforo, como quizás esperaban los organizadores de una ciudad que proyecta una falsa imagen frívola y exclusivamente salsera. Lo cual no es cierto.
Prueba de ello es que hoy las sesiones son en dos centros comerciales de aquella urbe y las boletas se agotan con celeridad pasmosa, a pesar de rondar los $94.000 para transmisiones en directo. Y menos duran las entradas para los diferidos, que cuestan la tercera parte.
Parece mentira: las proyecciones tienen más ventajas que ir al propio MET. Primero, por costos, pues se debe viajar a Nueva York y pagar USD350 por una butaca bien situada. O sea, es programa de una sola vez. Segundo, allá el espectador solo tiene una perspectiva, mientras a la pantalla llegan imágenes obtenidas con 16 cámaras, que permiten ver en la distancia lo que el asistente presencial no percibe. Tercero, allá se debe esperar los intermedios para comer algo, mientras en las salas de cine se goza de ópera con crispetas. (Que los hay, los hay).
Las puestas en escena de Nueva York son fastuosas, con recursos cinematográficos y son fieles a la época de cada obra. Sin embargo, el programa de cada temporada gira en torno de lo archiconocido para garantizar taquilla. Ello limita el repertorio, pues rarísima vez ofrecen óperas barrocas, que ahora están en auge en Europa. Y no es queja…
Estas transmisiones siguen limitadas, por cuanto requieren de salas con disponibilidad técnica avanzada, para imágenes en alta definición, con resolución cuatro mil veces más nítida que la normal, el famoso 4K, las cuales no hay sino en Cartagena, Cali, Bogotá, Medellín, Bucaramanga y Barranquilla.
También se pueden ver transmisiones del National Theatre de Londres y el Ballet Bolshoi de Moscú; desde los grandes museos, conciertos legendarios y películas históricas. Así, para la primera semana de febrero anuncian la proyección del documental ‘Un viaje a la cuna del Renacimiento’, que mostrará los tesoros de la Galería Uffizi de Florencia, Italia. Podrá verse en las ciudades mencionadas y en Manizales e Ibagué. Un verdadero deleite.
Para quienes no tenemos acceso frecuente a todas esas manifestaciones artísticas, es maravillosa la opción de verlas vía satélite y en gran formato. También para quienes quieren conocerlas y temen acercarse a los teatros.
Sean estos programas consecuencia de una gran sensibilidad espiritual o del mero espíritu mercantil de alguien en Cine Colombia, poco importa. Lo importante es tenerlos al alcance, con lo cual, de paso, resarcen en mucho la escasa calidad del cine que ofrece al gran público.
Hay tanto por alabar al respecto, sin dejar de pensar en la gran paradoja que significa tener que pagar por encerrarse a ver y escuchar cosas que valen la pena. Mientras resultan gratis e impuestas las ordinarieces y vulgaridades que vomitan a todo volumen los equipos de sonido en todas partes.
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