Ensueños en el filo de los días apesadumbran los rostros calcinados por el olvido. La vida recorre los lugares donde antes fue sembrado el fervor, o lo díscolo de las sensaciones a flor de tierra, como si se tratase de una piel expuesta a los sinsabores de climas ondeantes. En la palma de la mano el olvido es de tierra y de aire. Saturados de plácemes entre cortinas de humo, los especímenes manifiestan la súplica en los corredores volátiles, ceñidos a los acantilados y a los playones de la ira. Recortes de ensueño pliegan las premisas de los deseos y las contenciones, al borde de los precipicios abandonados en el oasis del espíritu.
Vuelvo sobre las aguas para explorar el sentido de su soporte, con cuñas de aire y de roca, en la mansedumbre explosiva de la precariedad. En la gota de agua está el secreto de la vida, y en superficie bullen con destellos las cosas del mundo. El rocío de la madrugada muestra encantos de la vida en las hojas del jardín.
La superficie de las tierras respira en una atmósfera aporreada, con la intención de guarecer a los ángeles custodios de la enemiga que los circunda. La Tierra se intimida con la glotonería y responde con intimidaciones en lo postrer de jornadas vivenciadas en la intemperie. La Naturaleza es el dios de las medidas, de los controles y las licencias.
Contingencia en el sonido del viento al pasar, por entre moles de concreto y ríos metálicos, avispa la observación sobre la ciudad. La urbe cumple con el desatino de incomodar al ciudadano, con el frenético entusiasmo bajo la forma del desafuero. El ruido emerge en las coordenadas de los sustantivos propios.
En una mirada a lo lejano dos líneas parecen acercarse al mismo punto, y de alcanzarlo las paralelas olvidarían su destino. Geometría de los acontecimientos inexorables invade el espacio al sustraer lo intangible de las cosas y de las vidas. El apremio está en lo irreverente de las causas perdidas.
La infamia es un decir de las malformaciones del espíritu, entre burlas y actitudes que afectan la dignidad. Rencores hay en los corredores de la vida, con despliegue de fuerza malévola, o de insaciable furia. Muros resquebrajan la condición de ofensiva, con la partida de ilusiones desvencijadas.
Conjeturas en el decir despliegan nubes, y encantos sumidos en la pesadumbre de los días atados a los cantos remotos del cisne. Torrenciales deidades arrojan sombra en mares iconoclastas, para contener la apoteosis de sumisos parlanchines, obligados al desencanto en noches de Luna verde, o roja, o de matices cubiertos por la niebla.
Canciones con la frecuencia del olvido vagan por el aire apostándole al crepúsculo, y a la aurora al tomar en consideración los caballitos de mar, los saurios fantasmales y los melindros de artesanía, en nubes con estado de glotón. Quimeras o utopías delinean el condominio de las ilusiones, en palabras salidas del fuego errante. Galopar de incertidumbres arroja luz a la vida.
Nada era el silencio de las calles, de las plazas, de los caminos. El mundo se hizo nada por el silencio, con el agotamiento de las fuentes de la imaginación. Y rodó el mundo en la atmósfera de los supuestos y las inquisiciones, con la armería de contingentes asolados. El silencio se hizo tarde, entre sombras de humo y batallas de nubes. El cielo entre azul y gris tejió la mudez de las rocas, y de las algas en superficie hizo colores de competir con el arcoíris. Encapotado el silencio, en la brevedad de los mares, la Luna lloró y los lagos inundaron la palabra.
Repugnante merodear de satélites deslumbrados por la inercia del universo, impregna de rescoldos el cielo y la tierra. Minúsculas premisas en un mundo gris se empecinan en fortalecer las fuentes del olvido y los cimientos de la discordia. Estrellas en el vestíbulo distraen las súplicas de los dioses refugiados entre escombros de lunas. La luz se yergue en el silencio.
El olvido en sombras despierta el sinsabor de las minucias, a la hora de las cuentas claras. Las sombras de no olvidar trazan los signos de los destinos a toda prueba. Lo minucioso de las descripciones sin narrar abre compuertas a la espera, con el retraso de los eclipses por venir.
Condición de identidad en la miseria, en catástrofes, en antesala nutrida de los quirófanos. La solidaridad aparece en la forma de estar-ahí todos, en parecida situación. En esas circunstancias nos identificamos en tanto seres frágiles, deleznables, con las mismas componentes de naturaleza. Vernos unos a otros en la crudeza del desamparo, con las nalgas al aire, hace evidente la igualdad, constituidos de lo mismo, en momentos sin otra apelación que la mano compasiva. Guiado por el destino irrumpo en las nociones de aventura y riesgo.
Sutileza de las cosas en los arreboles, contagia de pensamiento los momentos estériles y da paso, lugar, a las palabras incomprensibles, transitadas por senderos de silencio. En el horizonte de la tarde se desdibuja la nostalgia, con la algarabía de nubes pasajeras.
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