Eduardo García A.


La cultura es la expresión más noble de la humanidad y lo que sobrevive después de batallas, genocidios y horrores propiciados por las guerras del odio y la codicia de la plutocracia ávida de oro y sangre. La actividad cultural es la Fata Morgana que se percibe a los lejos en la superficie del mar, en condiciones propicias, un espejismo lleno de poesía y magia que nos eleva y nos comunica con el más allá o con los tiempos idos o por venir.
La infinita maldad cainita de la humanidad a través de la historia ha sido siempre matizada por las expresiones del pueblo en fiestas, danzas, canciones, poemas, relatos y las obras materiales colectivas construidas con las manos para acercarse a los dioses o para hacer posible la vida con viviendas, puentes, templos. Después de las guerras y las masacres de los ejércitos se escucha siempre a lo lejos el treno de las oraciones o el canto de los tristes, esa voz del sabio ciego que cuenta la historia de sus antepasados, sus tragedias y desdichas. Así nos lo cuenta el Ramayana o el Mahabarata de la India, o el Antiguo Testamento, o el Popol Vuh o la Iliada y la Odisea de Homero.
De las cenizas de la guerra brota el canto de los poetas, inextinguible y luminosa. Y poeta es el que se disfraza y sube al escenario, el que modela una escultura o crea una vasija o sopla el vidrio colorido de los cristales de Murano. Poeta es el que tarda siglos en construir maravillosas catedrales góticas, filigranas de piedra y roca como las de Estrasburgo, Chartres o Colonia, o las pirámides milenarias de Egipto o los templos misteriosos de Angkor, Chichen Itzá o Palenque.
La barbarie siempre está latente en las acciones del hombre y cuando la locura de los ejércitos no extermina a los inocentes, los despelleja o les saca los ojos y luego los quema y los convierte en ceniza, la emprende contra lo que la humanidad ha construido y se ha conservado a través de los siglos, como ocurrió con los famosos Budas de Bamiyán, que en Afganistán fueron destruidos con cañones y dinamita por los fanáticos talibanes. Enorme iconoclastia que pulverizó lo que había sobrevivido milenio y medio.
En los momentos de dolor y temor, en los años aciagos de la guerra o el caos, el hombre se refugia en el canto y solo acercándose a la poesía y nutriéndose de su fuerza puede emprender de nuevo su camino y salir aun más fortalecido. Por eso la cultura es el bálsamo de la humanidad y el sueño de su congoja. Abrirle espacios a todas las expresiones culturales es la única forma de conjurar a la barbarie de los ejércitos, porque como dijo alguna vez el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, "la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre", palabras incluidas por Gabriel García Márquez al recibir el Nobel como premio por haber escrito en el sur de la ciudad de México esa biblia de América Latina que es Cien años de soledad. Podría agregarse esa otra definición de la poesía que tanto amaba nuestro querido Álvaro Mutis, otro colombiano de México y que fue pronunciada por un poeta paralítico francés, Joë Bousquet: "la poesía es la expresión de lo que nosotros somos sin saberlo".
En muchos países latinoamericanos han desaparecido poco a poco en las últimas décadas las secciones literarias y culturales de los periódicos, que son las encargadas de contar día a día la acción creativa cotidiana de pueblos, naciones, ciudades y regiones. Al desaparecer terminan suplantadas por páginas dedicadas en exclusiva al entretenimiento y a la farándula narca.
Uno de los casos más dramáticos es Colombia, que tuvo en su tiempo excelentes suplementos como Lecturas Dominicales de El Tiempo y el Magazín Dominical de El Espectador, donde se inició Gabriel García Márquez, pero que en un proceso absurdo de frivolización narco-plutocrática, se convirtió, salvo excepciones quijotescas, en cementerio para el arte, la literatura y la cultura en general, manejados hoy con el rasero de la más vulgar codicia monetaria a través de memorias, novelas y telenovelas de narcos y asesinos. La novela y el arte se industrializaron en las manos de codiciosas multinacionales del entretenimiento, mientras la crítica y la poesía fueron desterradas de periódicos y medios.
Por fortuna en México y Argentina y en los más importantes países europeos como Inglaterra, Francia, España, Italia y Alemania la tradición de los suplementos culturales y literarios sigue viva. En Francia cada semana se espera la salida de los suplementos literarios de Le Monde, Le Figaro y Libération, donde críticos de alto nivel comentan las novedades de ficción, historia y ensayo y debaten sobre el pasado y el presente. Y en el Financial Times hay excelentes páginas dedicadas a los libros.
Conservar esos espacios lúdicos en el mundo de la prensa y la comunicación es una tarea que los amantes de la cultura debemos defender cada día frente a las fuerzas del dinero, el odio y la violencia de la narcopolítica. Cultura es paz, paz es poesía y cultura. La paz y la poesía son necesarias para que la humanidad no se extinga en un grito final de cisne herido.
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