Eduardo García A.


Uno de los escritores más olvidados de la generación modernista es el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, viajero permanente desde los 18 años de edad, quien fue crítico literario, escritor, periodista y diplomático. Se le considera uno de los representantes de la generación modernista hispanoamericana fascinada por el decadentismo parisino de fines del siglo XIX y comienzos del XX, al lado de grandes figuras como el nicaragüense Rubén Darío, el colombiano José María Vargas Vila, el peruano José Santos Chocano y el mexicano Amado Nervo, entre otros.
Nació el 27 de febrero de 1873 en Santiago de los Caballeros, en una familia señorial e ilustrada de recursos limitados y fue hijo del humanista descendiente de españoles Agustín Gómez Carrillo y de Josefina Tible Machado, de origen belga, quienes en 1881 emprendieron un viaje a España con sus pequeños hijos en busca de sus antepasados. Después de estudios caóticos donde primó su rebeldía, empezó desde muy temprano, como era usual entre los precoces modernistas, a colaborar en diarios de su país natal. Sus primeros artículos aparecieron en El Imparcial, después fue redactor de La Opinión Nacional y gracias al poeta modernista Rubén Darío, director de El Correo de la Tarde, desarrolló sus cualidades de cronista bajo su tutela, siendo acogido en la bohemia de su grupo.
Por recomendación de Rubén Darío, fue becado por el gobierno para que se instalara en España e hiciera propaganda en los diarios a favor de su país natal. En enero de 1891 llegó al puerto francés de Le Havre y se trasladó a París y allí inició una clásica carrera de bohemio literario. Gozó la ciudad llena de actividades culturales, callejones, pasajes, editoriales, bares, teatros, cabarets, burdeles, plazas y teatros, donde vivía una abundante colonia de artistas latinoamericanos y españoles y de la que dijo en Sensaciones de París y Madrid (1900), que es una "villa nerviosa y multiforme, que es a veces cerebro y es a veces sexo". Allí cumplió el sueño de ver y sentarse a la mesa de los declinantes escritores Óscar Wilde y Paul Verlaine.
Permaneció unos meses en la ciudad luz, pero finalmente se dirigió a Madrid, verdadero destino de su viaje transatlántico, a donde llegó en diciembre de 1891 en compañía de una joven amante francesa, Alice Freville. En la capital española publicó en 1892 su primer libro, Esbozos, colección de crónicas parisinas, iniciando así una de las más espectaculares carreras de la literatura modernista, compuesta por 87 volúmenes, elaborados con selecciones y recopilaciones variadas y mezcladas de más de 3.237 crónicas publicadas en diarios de España y América.
En su libro La miseria en Madrid (1921), tercera y última entrega de sus memorias truncas, cuenta su primera estadía de ocho meses en la capital española, donde estuvo hasta agosto de 1892 y que le pareció en comparación a París mucho más provinciana y pobre. Rápidamente se conectó allí con varios de los escritores de la futura Generación del 98, que fueron por siempre sus amigos y tras sentar las bases de su carrera literaria, cumplió el sueño de regresar a París, donde obtuvo trabajo en el servicio español de la editorial Garnier hermanos, principal editorial encargada de producir en masa libros, diccionarios y enciclopedias para el orbe hispanoamericano y garantía de prestigio y fama. En pocos años se convirtió en joven best seller continental y amigo de sus compañeros de trabajo Pío Baroja, Manuel Machado y Alejandro Sawa.
Desde octubre de 1899 empezó a ser corresponsal de El Liberal de Madrid, hasta finales de septiembre de 1920. Posteriormente y hasta el final de sus días escribiría para el diario español ABC. Su vida adquirió entonces la velocidad del reportero, observador errante, en una serie de periplos incesantes por el mundo que inspiraron sus crónicas cotidianas. En 1905 viajó al Lejano Oriente, India, China y Japón, en 1906 a Rusia y Grecia, en 1908 a la Tierra Santa, en 1912 a Egipto y en 1914 a Buenos Aires y de esos y otros viajes recopiló colecciones de crónicas exitosas como De Marsella a Tokio (1906), El alma japonesa (1907), El Japón heróico y galante (1912), Jerusalén y Tierra Santa (1912) y La Sonrisa de la esfinge (1913).
Más tarde fue invitado oficialmente por el gobierno francés para cubrir los diversos frentes de la guerra entre 1914 y 1918, tema sobre el cual produjo una serie de libros de éxito, entre los que se destaca Campos de batalla y campos de ruinas. (1915). Entre canonjías diplomáticas, favores de dictadores como el guatemalteco Manuel Estrada Cabrera y largos viajes para nutrir de crónicas los diarios, transcurrió desde entonces su vida de ciudad en ciudad, de barco en barco, de hotel en hotel y de restaurante en restaurante, en una agitada bohemia alcohólica, convertido pronto en una famosa figura de las letras hispanoamericanas, que con una vistosa y amena prosa retrata los países y lugares exóticos del mundo, como San Petersburgo, Tokio, Shangái, Sidney, Ceilán, Marruecos, Atenas, El Cairo, Jerusalén, Siria, Líbano, Buenos Aires, Singapur y Esmirna.
Fue el más exitoso autor latinoamericano de su tiempo, famoso también como mujeriego, bebedor y pendenciero que cargaba a cuestas tres matrimonios y aventuras, duelos o leyendas dudosas como la de que fue amante y traicionó a la muy conocida espía Mata Hari. El 29 de noviembre de 1927 murió tras una agonía como consecuencia de un derrame cerebral sufrido semanas antes en el café Napolitain de París. Fue sepultado con honores y ceremonias financiadas por la embajada argentina en el cementerio Père Lachaise, donde, años más tarde, sería enterrada a su lado, su tercera esposa Consuelo Suncín, quien después se casaría y sería heredera de Antoine de Saint Exupéry, el autor del Principito.
Después de su muerte a los 54 años, la fama del cronista se extinguió poco a poco, y su estilo pasó de moda, mientras Rubén Darío y otros de sus contemporáneos modernistas o de la generación española del 98 se izaron a glorias literarias más firmes. Gómez Carrillo es hoy el más olvidado de los escritores latinoamericanos de todos los tiempos, pese a que en vida fue el más exitoso y famoso de sus contemporáneos.
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