Eduardo García A.


Hubo dos décadas en que Francia vivió uno de los momentos de auge más notables bajo el mando de Luis, sobrino de Napoleón Bonaparte, quien gobernó como Emperador desde 1852 a 1971 cuando la revolucionaria Comuna de París irrumpió en un contexto de fragilidad internacional y fue aplastada a sangre y fuego por los triunfantes burgueses de la Tercera República de Adolphe Thiers.
En una amplia exposición generosa por lo interminable y abundante en el Museo de Orsay asistimos al comienzo, auge y caída de ese Segundo Imperio, donde florecieron las industrias y las nuevas tecnologías, así como la pintura, la música, la fotografía y la arquitectura propulsada por los trabajos del Barón de Haussman, que transformaron a París en lo que es hoy, urbe de amplias avenidas, coherente y hermosa como pocas.
Luis Napoleón subió al poder como Príncipe Presidente en elecciones democráticas, después de décadas de caos, revoluciones y contrarrevoluciones ocurridas tras la caída definitiva en Waterloo de su tío el gran Napoleón y su posterior exilio y muerte en Santa Helena.
Ya en el poder, el sobrino de Napoleón aplicó el que Carlos Marx llamó El 18 brumario de Luis Napoleón Bonaparte y decidió convertirse en Emperador como su tío y restaurar el Imperio, de la misma forma en que su ancestro corso decidió autocoronarse en la Catedral de Notre Dame, poniéndose él mismo la corona para terminar con los años caóticos de la Revolución Francesa.
Luis Napoleón abandona el palacio del Elíseo donde gobernaba como presidente y se instala en el fastuoso palacio de las Tullerias, donde se celebrarían las más esplendorosas fiestas y ceremonias, antes de que los revolucionarios de la Comuna destruyeran y arrasaran el lugar mostrando el odio de pueblo a esa coalición de aristócratas y banqueros encabezados por los Rotschild, que llevó al país a convertirse en una sólida potencia mundial y colonial, que llegó a imponer a un Emperador en México por un lustro antes de que Benito Juárez lo fusilara y tomó posiciones en todos los rincones del mundo.
La exposición se centra en el esplendor simbólico de ese imperio que como en los viejos tiempos clásicos mitificó al monarca por medio de estatuas, cuadros, ceremonias, conciertos y todo tipo de propaganda. Todos los artistas oficiales del momento se aplicaron a trabajar en esa magnificencia. Los joyeros trabajan en las piezas más fastuosas para la Emperatriz Eugenia y la aristocracia de la corte, los arquitectos construyen las mansiones más lujosas donde la nobles y los banqueros celebran fiestas inenarrables y costosísimas, los artistas pintan a los monarcas y a todas las figuras del Estado y el retrato se convierte en uno de los géneros más socorridos. El recién fundado arte de la fotografía contaba con 352 estudios solo en París, a donde acudían todos a plasmarse para siempre en nítidas imágenes en blanco y negro.
Como nunca el teatro y las orquestas se desarrollaron y bulevares enteros contaron con una sucesión de lugares donde la gente se dedicaba al buen esparcimiento y a agitar la vida nocturna de la ciudad. Surgió el turismo moderno y aparecieron balnearios como Biarritz o Vichy, dotados de los más grandes lujos. Y con ello ebanistas y fabricantes de lámparas, floreros, vajillas, vasijas, gobelinos, tapices, tuvieron años de trabajo sin fin.
Todo eso lo muestra la exposición hasta la asfixia en una sucesión de enormes salones que reproducen el estilo de la época en un ambiente de semipenumbras. La cuna del heredero ocupa un lugar especial y es el objeto del esmero de toda una panoplia de artistas que producen una obra exagerada por su lujo de nuevo rico y que aun hoy causa molestia en los visitantes de estas épocas democráticas e igualitarias modernas.
Corte, arribistas, industriales, potentados y financieros viven en el lujo y el derroche y se dedican a todos los placeres de la carne y la mesa. Los prostíbulos de alto nivel florecieron y una pléyade de cortesanas, muchas de ellas actrices como la famosa Rachel fueron amantes del Emperador y sus primos, uno de los cuales construyó a la favorita una mansión en la Avenida Montaigne que reproducía los esplendores de Pompeya.
En los centenares de cuadros y fotografías expuestos vemos a esos personajes rozagantes y elegantes envueltos en la arrogancia que presagia los derrumbes. Porque no solo Prusia asestaría un golpe al Imperio desde fuera, sino que al interior los revolucionarios salieron a las calles, construyeron barricadas y bajaron desde los barrios populares, donde se autogobernaban en comunas, para tumbar el obsceno gobierno de los potentados.
Durante esas dos décadas florecieron las ideas socialistas y anarquistas y escribieron los grandes teóricos de la revolución y los críticos del capital, encabezados por Carlos Marx. En los salones de la Biblioteca Nacional y en los clubes populares investigaron esos especialistas de las ciencias sociales y se inauguró una época de reflexión en asambleas y partidos populares, que hoy sigue viva.
El Segundo Imperio cayó, pero a su vez la Comuna fue aplastada. Surgió la Tercera República y desde entonces hasta hoy, en la Quinta, ninguna tentación de restauración monárquica ha logrado imponerse. Pero las ideas socialistas y la fronda del pueblo pervive en asociaciones, sindicatos, y el activismo social permanece.
Visitar esta enorme exposición nos lleva una época en que convivieron grandes autores como Víctor Hugo, que hubo de exiliarse y otros que como Baudelaire vivieron la bohemia de esos tiempos de abundancia y excesos que hoy nos fascinan por sus diversas aristas y sugerencias.
Al salir del museo el visitante siente vértigos por tanto lujo y derroche vistos. Lámparas inimaginables, muebles y ámbitos de sueño, nuevos palacios restaurados, mansiones desbordantes, parques nuevos que como el de ButtesChaumont reproducían las regiones en pleno París, enormes mercados modernos como el de Les Halles construidos en hierro, canales como el de Panamá y Suez, música, teatro, moda, nos acercan a una era de abundancia que al mismo tiempo generó miseria y discriminación en las capas populares asfixiadas que se rebelaron y casi toman el poder.
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