Eduardo García A.


Al revisar mis viejas notas de lectura escritas cuando descubría con ojos nuevos a México, me reencuentro con la impresión causada entonces por la lectura de Ulises Criollo, primera parte de sus memorias, publicadas en 1935 y reeditadas por el Fondo de Cultura Económica, libro que nos abre las puertas a José Vasconcelos (1882-1959). Descubrimos a un escritor íntegro, que sabe desnudarse, haciendo uso de un estilo limpio, directo, cargado de imágenes, pasajes o sensaciones vibrantes que fluyen caprichosamente sin las trabas de la erudición, la ciencia o la hipocresía de los políticos.
A diferencia de tantos héroes revolucionarios que esconden sus torvas ambiciones personales con el lenguaje de la entrega y el sacrificio, Vasconcelos no temía mostrarse como un provinciano inteligente y ambicioso, dispuesto a conquistar la fama, el poder y el dinero, haciendo acopio de las fuerzas por él mismo moldeadas. Personaje de la estirpe de Rastignac o Rubempré, con dosis fuertes de Sorel, el de Rojo y Negro, e incrustaciones de Moreau, el de La Educación Sentimental de Flaubert, Vasconcelos aparece como una de esas criaturas que vivieron una época donde los sueños, como antes la espada y el púlpito, eran vías seguras para llegar a las alturas del poder.
Las casi 500 páginas de Ulises Criollo se leen de corrido, sin descanso. Cada nueva página nos entrega un paisaje cristalino. No hay fisuras. La parte ensayística encaja en el paisaje, la reflexión filosófica cabalga naturalmente por alguna llanura o se detiene en una lejana estación del tren porfirista. Desde su infancia en Piedras Negras, transcurrida en la frontera bilingüe, en un entorno polvoriento, hasta la humedad de Campeche, salitrosa y cálida, relata la vida de una familia pobre, como cualquiera otra, que depende del empleo mediocre de un padre sin influencias. El joven finca todas sus esperanzas en la inteligencia y trata de ser siempre el mejor estudiante, sobresalir y dominar en el colegio a los adolescentes ricos, que creen ya todo logrado con la fortuna de sus padres. Las limitaciones económicas, la vida de pobre estudiante en los barrios céntricos de México de comienzos de siglo, son descritas minuciosamente, de modo que esas calles anónimas de hoy, vuelven a brillar cargadas de historia.
El Ulises Criollo trae a la memoria dos obras notables de ese género. Las Confesiones, de Rousseau, y La novela de la energía nacional, de Maurice Barrès. Ambas obras pretenden captar intensamente, a través de un caso individual, toda una época conflictiva, convirtiéndose en frescos de una vida. Por el lado del amor, el inicio sentimental y el incendio sensual, la obra de Vasconcelos nos recuerda la de Rousseau, porque no oculta nada, u oculta poco de su vida personal. Por la energía nacional y por el idealismo político, Ulises Criollo se emparenta con la trilogía de Maurice Barrès, pesonaje contemporáneo del mexicano y similar a éste en muchos aspectos. Ambos viven la oposición entre la vocación artística o filosófica, y su contraparte de soledad e intimidad alejadas del mundo y la vocación política y realista, unida a plazas públicas, a la vida social y al contacto diario con su pueblo.
En Barrès y Vasconcelos, esa encrucijada maldita moldeó indudablemente sus personajes haciéndolos seres cálidos, sentimentales, caprichosos y por ende extraños en el mundo cínico y frío de la política, y demasiado realistas y sociales, para fluir en el medio de la filosofía y el arte puros. Ambos personajes se moldean solos, luchando contra los vicios y la dispersión que hunde a los provincianos en las urbes. Vasconcelos y Barrès viven un súbito o irresistible ascenso en política que los alucina y los lleva a la perdición porque se creen depositarios únicos de la nación, merecedores del poder mancillado por los mediocres y los ignorantes sátrapas de la politiquería. Como intelectuales y artistas creían que el pueblo debía discernir y elegirlos, cuando, por el contrario, el pueblo parece más amigo del tirano, como el Calibán voluble de la obra de Shakespeare.
Vasconcelos cree que México debe deshacerse del espíritu azteca, ávido de venganza y de sacrificio, cuando observa el triunfo de los generalotes y el rito de los fusilamientos, la tortura, la traición, y ve soldados bañados de sangre, que irrumpen desde el campo para estrangular las ciudades. Al caminar por las desiertas calles del México de las violentas jornadas de la Ciudadela, en 1913, poseído solo por el olor y la ilusión de su amante, "Adriana", como la llamó en su libro, escuchando los vivas a Félix Díaz, el sobrino del dictador y los mueras a Madero, comprendía que la que él dominaba "nuestra raza" no estaba preparada para la democracia, sino para la tiranía.
El Ulises Criollo es también un gran viaje al interior de México. El Norte, la frontera, la maravillosa Oaxaca, las costas del Atlántico, la meseta, la montaña, cruzan por su páginas, sobre el escenario del largo e interminable régimen porfirista que había, pese a todo, mantenido alejado, según él, a los "bárbaros" que más tarde oficializarían el oficio de matar. Cuando estuvo en Río Grande pensó: "me sentía extraño entre aquella gente de pantalón pegado a la pierna, lazadores y vaqueros que no hablaban sino de peleas de gallos, apuestas y coleaderos" y agrega que "no me pasó por un momento la idea de que aquella plebe gallera y alcohólica sería en pocos años dueña de la República". Decepcionado y fracasado en sus ambiciones políticas, Vasconcelos evolucionó hacia un amargo filonazismo fanático que lo marginó en su largo crepúsculo de cascarrabias. La lectura de Ulises criollo en este siglo XXI latinoamericano sigue siendo muy actual y necesaria para entender algunos de nuestros demonios.
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