Eduardo García A.


Todo comenzaba apenas a inventarse en Manizales y nombrábamos las cosas una a una por primera vez bajo la luz de las luciérnagas del Monte del León y San Cancio, mientras las naves espaciales llegaban a la luna y Janis Joplin gritaba en el espacio hacia lejanas galaxias. Nadie tenía más de 15 años entonces, pero la poesía recorría nuestras venas pobladas por clones de Arthur Rimbaud, el hijo rebelde y fugitivo de Charleville.
En las esquinas ya escuchábamos a Wadis Echeverri, muchacho cinco años mayor, vestido de blanco, quien escandalizaba a la ciudad con sus versos y era el terror de rectores, obispos, curas y madres de familia, salvo de su tía Adela que lo quería y lo entendía como a tantos imberbes amorosos que hacían chillar las guitarras tocando Satisfaction de los Rolling Stones.
Wadis aparecía en todas partes como saltimbanqui en zancos pirotécnicos y en sótanos improvisados sonaba el estruendo de su banda de rock. Rodeado por jóvenes escapadas de los colegios, él era nuestra vanguardia, el líder máximo de los impúberes poetas y lo seguíamos dispuestos a volar por las galaxias en caballos de fuego enjalmados a la velocidad de la luz.
Todos estábamos ya locos de poesía y así nos apodaban en los recreos. En las clases de matemáticas o religión escribíamos poemas clandestinos bajo la mirada severa de los maestros del Instituto Universitario, quienes veían en ello un gran peligro, una amenaza para la sociedad.
Los beatniks de San Francisco estaban en su apogeo y en Colombia los nadaístas inyectaban sonrisa y verdad a la pomposa poesía colombiana llena de polillas, mármol y rimas estúpidas. En París en mayo del 68 gritaban que estaba prohibido prohibir y había que hacer el amor. En Berlín las chicas se lanzaban desnudas a la orilla de lagos y ríos dispuestas a besar.
Ya habían matado a Kennedy, Camilo Torres, Martin Luther King y al Che Guevara. Ed White flotaba sobre la azul naranja terráquea conectado a un cordón umbilical y Neil Amstrong pisaba la superficie lunar al ritmo de In a Gadda da Vida, mientras Antonioni filmaba Blow Up y Zabriskie Point y Julio Cortázar hablaba de Rayuelas, Cronopios y de Famas.
En Vietnam el apocalipsis crecía día a día entre bombardeos de Napalm y las dictaduras militares del mundo mataban aquí y allá a poetas, filósofos y pintores locos, herederos de Walt Whitman, Edgar Allan Poe, García Lorca, Einstein y Duchamp, a los que lanzaban desde aviones militares o les cortaban la lengua o les aplastaban las manos.
En Manizales el paquidérmico Neruda ya había mirado atardeceres desde Chipre y leído poemas con su voz aflautada ante cinco mil jóvenes espectadores que delirábamos en el Teatro Fundadores y luego lo seguíamos por las calles hipnotizados y repetíamos de memoria las palabras del Canto General junto a volcanes y precipicios.
Wadis estaba ya ahí en aquellos tiempos en que todo se iniciaba. Wadis estaba fundando todo con una varita mágica. Wadis tenía 20 años y por donde pasaba dejaba una estela de luz. Wadis subió al Morro de San Cancio y allí nos mostró las nuevas Tablas sin Ley.
Y ahora Wadis sigue aquí con su sombrero alón y sus prendas blancas y su bigote daliniano y su mirada hacia un paraíso de aves desconocidas, cabalgando en un asno sabio que es el clon del Asno de Oro de Apuleyo, el mismo Rocinante que lo transporta por las montañas de Filadelfia. Cuando pasa, los árboles le hablan y las flores le echan piropos.
Wadis sigue aquí entre nosotros pensando que la poesía es una nave gigantesca donde todos cabemos: seres humanos y animales, flores, libélulas, estrellas, mariposas, soles, todos unidos en el amor, el deseo y la libertad. Wadis quiere que viajemos con él y nos invita a dejar el miedo y a osar lo imposible.
Él esta aquí hoy pilotando la nave galáctica y nos invita desde la escotilla a subir a su Arca con dinosaurios y jirafas, con cebras y orangutanes filosofales, con petiamarillos, ruiseñores, colibríes, loros, cacatúas o cisnes azules, robles, cipreses, agapantos, guaduales, madroños, nísperos y dalias mientras cantan en coro Jimmy Hendrix, Jim Morrison y Bob Marley rodeados por 10.000 amazonas desnudas montadas en gigantescos hipocampos.
Los que quieran tango, mambo, salsa, reggaeton y bambuco pueden llevar libremente sus guitarras, tambores y su voz: nada está prohibido a estas alturas en Manizales cubierta de niebla, mientras la Catedral Basílica despega con sus cohetes activados en busca de la flor de lilolá, independizada al fin de todas sus oraciones y silencios de piedra y cemento armado. Ha enloquecido la Catedral y pide que la pinten de rosa y la habiten de loros y tucanes.
Ya va a despegar Wadis, vean como levanta el sombrero alón mientras mueve el timón, vean como silba feliz sin miedo mientras todos llenamos los compartimientos de la Nave. Él nos lleva, él nos cuida, vámonos todos en El Arca de Wadis, juntos y tomados de la mano en busca de la orquídea universal más allá de la Vía Láctea.
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