Orlando Cadavid


Hace cincuenta y cinco años se quedó Colombia sin la inteligencia superior del caudillo Gilberto Alzate Avendaño y se malogró la gran posibilidad de que uno de los principales prohombres de Caldas alcanzara el solio bolivariano.
El país fue sacudido al amanecer del 26 de noviembre de 1960 con la apabullante noticia de la muerte repentina del notable líder conservador, a los 50 años de edad, en la Clínica de Marly, al norte de Bogotá.
La temible Parca impidió que Alzate se convirtiera en el más seguro candidato del Frente Nacional para el período siguiente al del presidente Alberto Lleras Camargo. La suerte quiso que le tocara el turno, en Palacio, al caucano Guillermo León Valencia.
El Mariscal -como lo apodaban sus adeptos- poseía enorme dimensión intelectual. Figura de gran estatura en la política colombiana desde la década de los cuarenta, se enfrentó al gobierno de Laureano Gómez y fue un indoblegable defensor de la libertad de expresión. Brilló con luz propia en el escenario nacional. Sus intervenciones parlamentarias marcaron un hito en el Capitolio. Escritor y periodista de alto vuelo, hizo época desde la dirección de su Diario de Colombia, en el que tuvo como compañeros a un puñado de destacados exponentes del diarismo criollo.
A dieciocho días del quincuagésimo quinto aniversario de la lamentable pérdida de este colombiano sin par rescatamos sus principales momentos, en la antesala de la muerte: Antes de hacer su ingreso al quirófano para ser operado por última vez en menos de cinco días, el dirigente manizaleño pidió de manera premonitora que le llevaran un confesor a su habitación en la Clínica de Marly y un block de papel para escribirle a su esposa doña Yolanda Ronga algunas recomendaciones finales. Unas horas después de la nueva intervención quirúrgica, exactamente a las 4 y 42 minutos de la madrugada del sábado 26 de noviembre de 1960, fallecía prematuramente este líder extraordinario.
La primera operación se la había practicado el eminente cirujano Alfonso Bonilla Naar, pero el ilustre paciente no fue muy colaborador con la medicina en la etapa postoperatoria, como veremos más adelante.
Su amigo inseparable Antonio José Uribe Portocarrero, quien lo acompañó desde el día lunes de la que sería la última semana de vida del Mariscal, cuando lo atacó el mal que le causaría la muerte, consiguió el sacerdote para la confesión en la cercana Universidad de Santo Tomás y compró las hojas para el manuscrito final en un almacén de la clínica: un cuaderno de los que se usaban en la época para llevar las primeras estadísticas de los recién nacidos.
Uribe Portocarrero consignó en un relato facilitado al Contraplano por el abogado, historiador y periodista samario Óscar Alarcón Núñez detalles muy puntuales del comportamiento postrero del gran conductor de masas:
“Al día siguiente de la operación, el paciente -si bien presentaba mejor aspecto- su intolerancia era extrema. A las enfermeras las trataba duro y no cesaba de proferir amenazas contra el gobierno porque al reestructurar el gabinete, no había nombrado a ninguno de sus recomendados: Cornelio Reyes, Humberto González y Fernando Urdaneta”. Y añade el testigo de excepción del hundimiento del acorazado manizaleño de la bella metáfora que se sumergía lentamente en el océano con las luces encendidas: “Llegó a tal grado la exacerbación que Alzate se bajó de la cama y con la herida y el estómago a dos manos caminaba cual león enjaulado a lo largo de los pasillos de la Clínica”.
En el tercer día del primer postoperatorio una grave junta de médicos tuvo lugar en la Marly. Al concluir, el doctor Juan Consuegra anunció que era necesario volverlo a operar, porque los movimientos que hizo y la grasa produjeron un desgarramiento de las costuras; además, debían explorar otras zonas”.
Uribe le transmitió a Alzate la decisión de los médicos que rehusaron notificarlo directamente porque le tenían temor, por su intemperancia y fuerza. “Muy bien, me someto a otra, dijo el Caudillo; pero deseo confesarme, pues en la primera no pude”. Cuando su ángel guardián se apareció con el sacerdote, le comentó: “Es el mejor favor que me has hecho”. Eran las 5 p.m. La segunda y definitiva operación, de la que no regresó, empezaba a las 6 p.m. Y expiró en la fría madrugada bogotana, cuando acababa de cumplir 50 años edad y el solio bolivariano lo esperaba a pocas cuadras, en el céntrico Palacio de San Carlos.
El doctor Alberto Lleras puso a su disposición el avión presidencial (un DC 4) para que lo llevara a Miami, en busca de la ciencia médica estadounidense, pero él prefirió permanecer en manos de los galenos de su país.
El fiel escudero confiesa en su dramático testimonio que Alzate se sentía enfermo hacía mucho tiempo, pero no lo decía para no alarmar a la familia y a los amigos; para no perder un solo instante de la vida política y poder coronar su empeño. La desorganización de su vida debido a viajes, reuniones y comidas no le permitía darse el indispensable tiempo para cuidar su salud.
La apostilla: En los tiempos universitarios de Alzate Avendaño, en Medellín, el joven manizaleño solía coincidir en unas amenas tertulias literarias, en el Café “La Bastilla”, del centro de la Bella Villa, con don Tomás Carrasquilla, el famoso autor de novelas tan prestigiosas como “La Marquesa de Yolombó” y “Frutos de mi tierra”. Después de tomar asiento, el joven saludó a los asistentes y se dirigió así al escritor costumbrista: “Oiga, don Tomás, ¿a usted por qué lo llaman Maestro”? Respuesta del genio de las letras maiceras: “Hombre, Gilberto, será por lo mismo que llaman a tu papá General”.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015