Luis F. Gómez


Las mujeres son el pilar fundamental de la Iglesia, a lo largo de la historia de la iglesia han sido el soporte para iniciar y sostener la fe de las familias y las comunidades. La fe naciente tiene sabor a mujer en la fidelidad de María y hoy en la fidelidad de tantas mujeres que les transmiten a sus hijos y nietos la fe en Dios, como fortaleza y esperanza para afrontar la vida.
Detrás de la experiencia de la fe de muchos de nosotros seguramente ha existido un rostro de mujer, llamado mamá, abuela, hermana, amiga… Observar la feligresía de cualquier misa, ver los grupos de catequistas, observar quienes realizan la pastoral de la salud, mirar quienes llevan sobre sus hombros las responsabilidades de la pastoral social, fácilmente permiten concluir que las mujeres son sin duda uno de los principales y más robustos cimientos de la Iglesia. Por ello, el muy simbólico hecho que el papa Francisco haya ordenado cambiar en el misal la restricción al género femenino para participar activamente en el lavatorio, es un acto de justicia con la mujer en la Iglesia. El papa ya lo había hecho como arzobispo de Buenos Aires y aún como obispo de Roma en una cárcel. Pero ahora ya es algo oficial en los cánones propios de la celebración litúrgica.
Una mayor participación en muchas actividades que antes eran muy clericales han mostrado en Europa que son las mujeres quienes asumen el futuro de la Iglesia en muchas poblaciones. En los lugares donde los sacerdotes no pueden llegar con la frecuencia para la misa dominical, son las mujeres quienes han asumido muchas de esos templos con paraliturgias y la distribución de la comunión previamente consagrada por un sacerdote. Es triste que el lugar de la mujer sea reconocido poco a poco ante la “necesidad” pastoral de mantener una actividad sacramental y litúrgica allí donde no hay sacerdotes. Los relatos bíblicos en el Nuevo Testamento tienen muchos pasajes donde el papel de la mujer era muy protagónico. Igualmente, la presencia de las mujeres al lado de muchos momentos claves de la vida de Jesús son files reflejos de la importancia que han tenido para la transmisión, sostenibilidad y propagación de la fe.
Temas como el del sacerdocio de la mujer vuelven a ponerse sobre la mesa de diálogo. La experiencia que se ha vivido en la Iglesia Anglicana, podría servir de punto de referencia para la discusión.
La iglesia del futuro será la iglesia de la mujer consagrada en el servicio. Qué (bien) que el papa Francisco dinamice la Iglesia en la reflexión sobre el lugar y la significación de la mujer, como y de otros tantos puntos de la vida eclesial, que puedan actualizar a la Iglesia en los temas que con el paso del tiempo se ha visto, que pueden ser de otra manera. La tensión entre renovación y tradición no siempre se debe resolver por el inmovilismo, sino que puede ser mucho más genuino y acorde con el espíritu implementar los cambios.
Como lo refiere el papa: “En la vida cristiana como también en la vida de la Iglesia hay estructuras caducas: es necesario renovarlas. Y la Iglesia está siempre atenta a esto a través del diálogo con las culturas…”. Bienvenida pues esta renovación espiritual a la que llama el papa Francisco a una iglesia que fiel al Espíritu de Jesús, se adentra hoy en transformaciones.
El que mujeres participen en el lavatorio de los pies, es ya un signo de una Iglesia que es capaz a ejemplo de su maestro, de inclinarse y dignificar a la mujer. Un signo de una Iglesia que liberándose de temores, quiere responder con sinceridad a la novedad del Espíritu en la historia.
Si bien en muchas parroquias en el país mujeres participaban en el lavatorio de los pies, recordando esa bella escena en la cual Jesús se arrodilló y lavó los pies de sus apóstoles en la última cena, como muestra del amor de Dios, la autorización oficial le dará mayor participación a la mujer en esa celebración tan especial de la Semana Santa.
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