Luis F. Gómez


La cultura, vista como la posibilidad de entrar en relación crítica con los otros, es muy necesaria para Colombia, en miras a la reconstrucción del país. Es, si se quiere, una actitud que debe nacer de las personas, pero que tiene que trascender a los lazos sociales y políticos.
El ganador del premio de Literatura en Lenguas Romances, Claudio Tigris, matemático y filósofo italiano, en reciente entrevista en El País de Madrid, definía la cultura: "Para mí, la cultura, ya sea de una persona o de un pueblo, es su capacidad de razonar (…) La cultura es la capacidad crítica de juzgar y de juzgarse, de no creerse el centro del mundo, de conseguir relacionarse". Es pues una invitación a tener un diálogo creativo y abierto, que no haga la economía de adentrarse y explicitar las diferencias, que ayude a juzgar, pero lo que es más importante, a juzgarse a uno mismo.
Colombia tiene como sociedad que ganar mucho en esta perspectiva de cultura, para que pueda existir en su seno un escenario nacional donde todos nos podamos relacionar. Es una disposición de apertura que en el fondo es la aceptación de la necesidad de todos para construir país. Ello tiene que pasar necesariamente por profundas transformaciones, que no se pueden dejar solamente a la dialéctica de las extremas derechas e izquierdas. La gran fuerza es que exista una profunda participación de todos.
La escuela tiene mucho que aportar en este nuevo país, en ese país del diálogo social, de la construcción participativa y del rompimiento de tantos paradigmas que nos tienen atados y presos a muchas inequidades insostenibles en nuestra nación. Y este asunto va más allá de unos contenidos o asignaturas en la escuela, es más una actitud, una forma de proceder, una manera de asumir nuestra vida en sociedad. Es un problema de veras de calidad de la educación, pues más que estar preocupados por los resultados de Pisa en Matemáticas y Biología, debemos estar mucho más preocupados por la imposibilidad de los niños y niñas de transformar los conflictos creativamente y optar por la violencia como método único y privilegiado. En este frente de la educación básica, el Ministerio de Educación no puede caer en la trampa de los rankings internacionales y olvidarse de lo que es muchísimo más urgente para la construcción de una sociedad en paz.
Gina Parody, como cabeza del servicio público de educación, debe estar mucho más preocupada por los problemas de convivencia que por las falencias académicas de los colegios públicos y privados. La prioridad debe ser la vida en sociedad como condición necesaria para el desarrollo humano.
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