El día del educador que celebramos el viernes pasado, nos invita a pensar en el rol de los maestros en este momento histórico del país. 
La vocación del maestro es en el fondo una vocación de paz. Y muy particularmente la vocación del maestro universitario como constructor y sembrador de paz, en estos momentos de la historia del país, tiene un carácter urgente, en clave de reconciliación.

Superar la violencia es construir un futuro en el que los colombianos nos demos la palabra, nos respetemos la palabra y construyamos desde la palabra, en todos los ámbitos, en nuestras vidas privadas y en los espacios públicos. Es el diálogo como condición de posibilidad de construcción social.

Pues bien, este futuro al que me refiero, no se demora mucho. No es el tiempo de una siguiente generación de relevo que puede estar comenzando su vida en estos años. O este futuro es el inmediato, o perderemos la esperanza que esta coyuntura nos ha traído. Esta nueva generación de colombianos está sentada en sus aulas, está recibiendo sus últimos años de formación y son los maestros que están al frente quienes tienen la responsabilidad de inspirarlos.

En un par de años, ellos son los que deben estar en la palestra pública y privada construyendo ese tejido social que hemos roto en una sociedad desigual y con una crisis de representación política. Son los que tendrán que escribir esta nueva página de la historia de Colombia en un momento de profunda transición. En un momento de verdad.

Para esto necesitamos ciudadanos capaces de hacer ejercicio de la palabra racional, de plegarse al mejor argumento y no a intereses particulares y egoístas. Personas capaces de descentrarse y buscar el bien de todos.

Los profesores y profesoras deben comprenderse como signos de esperanza para este mundo y muy particularmente para la nueva Colombia. 
Y yo les pregunto, ¿en qué otro espacio pueden formarse esos ciudadanos, sino en un aula verdaderamente universitaria?, y ¿qué otro compañero de camino podrán tener, sino un buen maestro universitario?