Alejandro Samper


Todos los años, más o menos por esta misma época, el caricaturista Vladdo agrega a su Vladdomanía (espacio que tiene en la revista Semana) el siguiente texto: “Si la tauromaquia es cultura, el canibalismo es gastronomía y el narcotráfico, iniciativa empresarial. [Toca repetirlo todos los años]”.
Siempre lo leo y llego a la misma conclusión: El brillante y agudo caricaturista quindiano no atina. Se basa en su posición antitaurina para echar en un mismo costal a taurófilos, antropófagos y jíbaros. Como si todos fueran malos, cuando no lo son.
Según su argumento, el canibalismo no es gastronomía, cuando en realidad lo es. Dice Wikipedia que la gastronomía “es el estudio de la relación del ser humano con su alimentación y su medio ambiente o entorno”. No habla de la pompa que muchos chefs emplean a la hora de preparar y presentar un plato, como muchos creerían. Ya lo dijo la escritora y estudiosa de la cocina M.F.K. Fisher: “(el refinamiento) es el árbitro infalible de toda civilización en decadencia”.
Las culturas de mesoamérica acudieron a la antropofagia luego de agotar los recursos naturales que tenían a la mano. El antropólogo Marvin Harris, en su texto Caníbales y Reyes. Los orígenes de la cultura, cuenta cómo los sacerdotes aztecas sacrificaban personas todos los días en las pirámides y luego su carne repartida entre nobleza y pueblo. Era todo un manjar y fuente de proteína que se preparaba con pimientos, tomates y flores aromáticas.
Tribus como las korowai y khakhuas, de Nueva Guinea; la shamatari del Amazonas; los ostiaks, dayaks y bataks de Sumatra y Borneo, tienen el canibalismo entre sus costumbres. Claro, con la llegada de la modernidad sus hábitos se han occidentalizado. Recuerdo un capítulo de Sin reservas, del chef Anthony Bourdain, en el que visita a una de estas tribus asiáticas que viven en medio de la selva y la tristeza que veía en uno de los más viejos del grupo. En su juventud había sido un guerrero cortador de cabezas y ya en el ocaso de su vida extrañaba el sabor de la carne de sus enemigos.
Millones de católicos alrededor del mundo practican a su manera el canibalismo. El catequismo de esta iglesia lo llama “la transubstanciación”. Consiste en que, mediante una plegaria, el pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo. Este misterio, según el sacerdote que intentó confesarme antes de mi matrimonio, es real “y solo se necesita un poco de fe para que ocurra”.
Y Hannibal Lecter, el famoso caníbal de las novelas de Thomas Harris, hace de este acto todo un acto de alta cocina. Todos recuerdan cuando le dice a la agente Starling cómo se comió el hígado de una de sus víctimas acompañado de habas y una copa de Chianti.
El “hombre que come hombre” - tanto el caníbal como el cacorro - está mal visto, ya sea por cuestiones morales o de sazón. La antropofagia, sin embargo, tiene todos los “ingredientes" para ser considerada gastronomía, solo que es mal visto y señalado en nuestras culturas.
Por eso creo que Vladdo se equivoca. El canibalismo sí es gastronomía, así como la tauromaquia también es cultura. Basta con ver el mundo del toro y todo lo que lo rodea (literatura, pintura, cocina, música, empresa).
Y el narcotráfico también es iniciativa empresarial. Según la ONU, es un negocio que mueve 320 mil millones de dólares cada año (equivalente al 0,9% del PIB global). Cada vez hay más mercado y bandas narcotraficantes emergentes. En parte este crecimiento global se debe a que el consumo de drogas - como la antropofagia - se ha tratado como un tema tabú. Y al igual que con las corridas de toros se atacan sin piedad pues insisten y persisten en que se deben prohibir y erradicar de la faz de esta tierra. Como hizo Hernán Cortés con el imperio azteca.
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