Alejandro Samper


Lo dijo el expresidente uruguayo José 'Pepe' Mujica antes del plebiscito del 2 de octubre: "Si Colombia dice ‘No’, daría la impresión de ser un pueblo esquizofrénico que se aferra a la guerra como forma de vida. América Latina difícilmente lo entendería y sería una frustración para lo mejor de Colombia". Y le atinó.
Aléjese de lo que dice el presidente Juan Manuel Santos y sus ministros. También de los comentarios del líder del Centro Democrático, el expresidente Álvaro Uribe, y su entorno. Haga lo mismo con el jefe máximo de las Farc, Timochenko. Tome distancia y vea la foto. ¡Es una cosa de locos!
Ahí ninguno busca la paz de Colombia. Tampoco "mejorar" el acuerdo que pondría final a 52 años de conflicto armado y que 6 millones 422 mil 136 colombianos votaron 'No'. Esa es carreta para verse políticamente correctos. Cuentos para dilatar lo obvio: la pugna por el poder político y, en últimas, la presidencia.
Su actuar los delata. El lagartazo senador Roy Barreras se escapa de las reuniones entre los negociadores del 'Sí' y el 'No' para filtrar información a los medios. Los uribistas hacen gala de sus marrullerías populistas y culpan al Gobierno Nacional de no querer la paz y el exprocurador Alejandro Ordóñez da muestras de que sí es un esquizofrénico: dice que lo persiguen, oye voces (sí, las de los pastores cristianos) y durante una entrevista para La W Radio aseguró que en el Acuerdo Final firmado por el Gobierno y las Farc sí hay ideología de género (a pesar de que en las 297 páginas del documento no aparece el término) pero está "encriptada".
Esta semana ha sido una vergonzosa demostración de lucha de egos pusilánimes y mezquinos. Uribe, envalentonado por el triunfo del 'No', pero debilitado por las confesiones del gerente de su campaña y las mentiras que les vendieron a los colombianos para que votaran con terror. Santos, agrandado por el Nobel de Paz, pero frustrado porque no ganó el Acuerdo Final en las urnas. Esa medalla que le darán en diciembre en Oslo (Noruega) será tan inútil como sus tetillas si no llega a un acuerdo pronto con sus opositores y se logre la paz con las Farc.
Cada anuncio que hacen es peor que el otro. Incluso la ampliación del cese al fuego bilateral hasta el 31 de diciembre, pues no es más que confirmar lo que dijo Mujica: Nos aferramos a la guerra como forma de vida. Esa ansiedad de que ya casi se dispara el arma, de que todo se irá al desmadre si fracasan los diálogos con la oposición es nuestra versión criolla del 'Reloj del Apocalipsis'.
Lo triste es que nos gusta estar así, viviendo ese vértigo. A nuestra cotidianidad le hace falta ese toque de noticias de orden público, de tomas guerrilleras, secuestros y voladuras de oleoductos. Que nos hablen de esas poblaciones distantes de nuestras capitales y nos las muestren en un mapa en los noticieros, al menos para aprender un poco de geografía, como diría Antonio Caballero.
La paz nos dio culillo, porque no la conocemos. El conflicto es nuestra normalidad y los políticos saben explotar eso para su beneficio. Como pintan las cosas, los del 'No' alargarán sus diálogos con Santos hasta las campañas electorales del 2018, que arrancan a mediados del próximo año. No me preocupan Timochenko y su combo, ya muy aburguesados como para regresar al monte. Ellos, ya untados del juego de la política, mantendrán la zozobra de reiniciar un conflicto armado como estrategia electoral. Quién sabe si las tropas guerrilleras aguanten.
“Un retorno a la lucha, que no puede ser descartado, sería catastrófico. Si eso llegara a suceder, Uribe sería el principal culpable”, escribió ayer en su editorial The New York Times. Y es que el expresidente tensa mucho la cuerda. Dice que quiere la paz pero se niega a ceder. Pide agilidad, pero pone palos a la rueda.
Dijo el escritor y periodista estadounidense Ambrose Bierce que "la guerra es un método de desatar con los dientes un nudo político que no se puede deshacer con la lengua". Y es en la guerra donde parece que nos sentimos más cómodos. Cosas de locos.
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