Alejandro Samper


Un día después de los anuncios de la guerrilla de las Farc y del Gobierno Nacional de hacer el cese definitivo y bilateral del fuego, muchos ciudadanos salieron como Helen Alegría -la esposa del reverendo Alegría de Los Simpson- a decir: "¿Pero es que nadie va a pensar en los niños?".
Hablan de los niños reclutados por esos subversivos, claro está. Un delito de lesa humanidad. Según los registros de la Unidad de Víctimas, cerca de 9 mil menores de edad se han desmovilizado desde 1985 a la fecha. 5.730 de ellos en los últimos 15 años, reporta el Programa de atención especializada para niños, niñas y adolescentes desvinculados de los grupos armados ilegales, del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).
Cristina Plazas, directora del ICBF, hizo como el personaje de la serie animada y pidió a la guerrilla que soltara de inmediato a los niños y niñas (¡maldito lenguaje incluyente!) que tienen en sus tropas. “Las Farc están obligadas a desvincular a todos los niños y niñas (¡bah!) en cumplimiento de los acuerdos firmados con el Gobierno Nacional”.
Además, estaba dolida por el argumento del negociador de las Farc, el cínico Jesús Santinch, que días antes escribió en Twitter: “No hay menores reclutados, los hay en situación de protección, y no los entregaremos para que sean judicializados”.
Y, por primera vez, tendría que darle la razón a ese subversivo ciego y cabeciduro. Porque, ¿de verdad esperan que la guerrilla libere a esos infantes de un momento para otro? ¿Acaso no sería irresponsable hacerlo?
Solo imagínense a esos guerrilleritos en medio del monte y a su comandante diciéndoles: "¡listo!, echen pa' la casa que esto se acabó". ¿Para dónde agarran? ¿No sería abandonarlos en la selva? ¿Acaso no es mejor que marchen, con los otros insurgentes, a las zonas veredales donde se van a concentrar y, una vez allí, ahí sí comenzar el proceso de restitución de sus derechos?
Que las Farc los tengan por ahora "en situación de protección" es lo más lógico. Pero en ese afán de lo inmediato en el que vivimos ahora, de hacer eco por las redes sociales, de sumarse al barullo, la gente comenzó a escribir que los tenían que liberar ¡YA! Y quienes apoyan el No al plebiscito, a decir que eran más marrullerías de la guerrilla, que el Gobierno Nacional hacía negación de esos menores de edad y otras mentiras y verdades a medias.
Las etapas en las que se desarrollarán la desmovilización, la entrega de armas, la reinducción a la sociedad, el cuidado y regreso de esos niños y niñas (¡maldita sea!) a sus hogares... no es cosa de días. Es de años. En el caso de la rehabilitación de menores excombatientes, será un proceso de al menos un lustro, según un estudio reciente de la Universidad de la Sabana.
La especialista en Psicología Educativa, Neila Díaz, en entrevista a Colprensa, advirtió del riesgo que se corre con un proceso no adecuado de reincorporación para estos niños. Dice que ocho de cada diez menores de edad reincorporados "podrían caer en la mendicidad, conductas violentas e ilegales y hasta ser reclutados nuevamente por bandas criminales si no son atendidos en programas estables y duraderos".
"La mayoría ni siquiera tiene familia y algunos tendrán que entrar en procesos de adopción. Otros tendrán que formar sus propias comunidades y finalmente están los que deben comenzar su escolaridad desde cero, pues se estima que por lo menos el 20% no sabe leer ni escribir (…) Los casos más difíciles seguramente serán los adolescentes de 15 años que no solo aprendieron a disparar un arma, sino que también asesinaron e incluso comandaron un frente”, registra el artículo de prensa.
Entonces, pensemos en los niños y en este proceso largo. No va y sea terminen como Jesús Santrich, o esos que convierten el Twitter en una trinchera desde la cual disparan sus mensajes polarizantes y convierten a sus seguidores en milicianos de su causa.
El peor enemigo de este Acuerdo Final para la paz será el tiempo, y aceptar que muchos de los menores excombatientes que se desmovilicen serán adultos para cuando todo este rollo termine. Si es que queremos que termine.
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