Cristóbal Trujillo Ramírez


Inicia un nuevo año escolar y con él una amplia gama de expectativas e incertidumbres para los estudiantes: nuevos profesores, nuevas aulas, nuevos compañeros tal vez, a lo mejor un nuevo colegio o el estreno de una jornada única. Para los maestros: nuevos grupos de estudiantes, modificación de horarios, cambios en su asignación académica y tal vez nuevas responsabilidades institucionales. Para los padres de familia: la preocupación por asegurar el cupo de su hijo en un buen colegio, asumir los costos cotidianos de ir a la escuela, y el afán por mantener su pequeño en inmejorables condiciones de manutención y bienestar. Y para el gobierno, sus principales expectativas giran en torno al índice de la matrícula, niveles de deserción, tasas de repitencia, administración de la planta docente, desempeños de los estudiantes en pruebas externas nacionales saber e internacionales Pisa.
Hay un aspecto que me parece fundamental y al parecer no preocupa de manera importante a los diferentes actores del sistema educativo, hago referencia a los aprendizajes. A raíz de los resultados de los desempeños de los estudiantes en pruebas estandarizadas, mucho se ha hablado acerca de la mala calidad de la educación en Colombia y de los deficientes niveles de desempeños en los conocimientos y competencias evaluadas en matemáticas, lectura y ciencias. A partir de este diagnóstico, y con el propósito de mejorar esos desempeños en pruebas futuras, las autoridades gubernamentales a nivel nacional y territorial, han diseñado todo tipo de programas y proyectos financiados a costos importantes; todo apunta a que tenemos dificultades con los niveles de aprendizaje de nuestros estudiantes; pero paradójicamente no nos hemos centrado en buscar la respuesta a esa pregunta: ¿Por qué un significativo número de estudiantes no aprenden en la escuela?; la condición normal de un ser humano es que asimile, que comprenda, que interprete, que analice, que deduzca, en últimas que aprenda.
La educación en Colombia está basada en el modelo prusiano que tuvo sus orígenes en Alemania en 1806; basta recordar cómo aprendieron nuestros abuelos y como quiere el sistema que aprendan hoy sus nietos, por referirme solo a cinco generaciones. Las diferencias que encontramos son insignificantes; existe un paralelo que ilustra perfectamente esta reflexión: ¿Qué pasaría si un médico que murió hace 100 años se despierta hoy en un quirófano? Seguramente que la telemedicina, la biotecnología, la genómica entre otros avances científicos, le impedirían su idóneo desempeño. ¿Qué pasaría si un ingeniero civil que falleció hoy hace 100 años, se despierta en medio de la ejecución de un proyecto urbanístico? Ciertamente que los innovadores programas de diseño y cálculos estructurales, no le van a hacer viable el ejercicio de su profesión. ¿Qué pasaría si un maestro que falleció hace 100 años resucita hoy en un aula de clase? Con toda tranquilidad y competencia podría iniciar su clase porque las condiciones son casi las mismas y los nimios cambios no le impiden su desempeño.
Este ejercicio mental que no por ser meramente teórico deja de ser cierto, nos permite visibilizar la lentitud de los avances en materia educativa. Esa es la razón por la cual nuestros bisabuelos aprendieron como mis abuelos, lo mismo que mis padres, igual que yo, así mismo como mis hijos y sin diferencias importantes cómo queremos aprendan mis nietos. Este panorama tan lúgubre permanece así ante la mirada impávida del gobierno que sigue muy ocupado de otros asuntos, indicadores, cifras, presupuestos, nómina, pruebas internacionales, el ingreso a la OCDE, en fin, todo menos lo fundamental, los aprendizajes de los propios maestros, que en buena medida no intentamos innovar didácticas y modelos pedagógicos que nos permitan articularnos contemporáneamente a los intereses y expectativas de los niños y los jóvenes de hoy, pero además porque andamos muy preocupados por la enseñanza y dejamos de lado los aprendizajes.
Igual puede pensarse de la clase política agrupada en el parlamento Colombiano. Este tema debería hacer parte de los debates de control político que el legislativo haga al gobierno, los bajos niveles de aprendizaje en Colombia deberían ser motivo de alarma nacional y es allí, en el Congreso, donde se debería agendar el análisis y la discusión de este álgido, o mejor, tórrido asunto.
Dejo ahí esta provocación para que los que tenemos responsabilidades con los asuntos educativos, asumamos esta tarea pendiente y empecemos ya a diseñar nuevos modelos, innovadoras metodologías y contemporáneas didácticas que pongan la escuela a tono con las demandas actuales.
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