Cristóbal Trujillo Ramírez

En cierta ocasión el director de una escuela es notificado por los padres de familia y sus estudiantes de los graves conflictos que se venían presentando en el curso de Biología, en el grado octavo, con el profesor Joaquín, -datos ficticios-. El director se extraña de tal situación, a conciencia sabe de la vasta formación académica del docente, de su inmensa responsabilidad, su profundo compromiso y de lo exageradamente organizado que es en todas las tareas escolares y las conexas a su labor. Con tal asombro inicia las indagaciones, entrevistas y diálogos respectivos que le han de ayudar a encontrar las causas del conflicto. Resumo a continuación en forma sucinta lo hallado en desarrollo de este proceso:
Es un hombre honesto, académicamente admirable, obsesivamente organizado, respetuoso en sus modales, delicadamente responsable, excelente trabajador e intachable en su presentación.
Desconcertado, el señor director le preguntaba a sus entrevistados: -¿Y entonces cuáles son las dificultades que han ocasionado este conflicto? En forma breve y ágil relato sus respuestas:
Exageradamente riguroso, todo lo que está planeado se ejecuta por encima de cualquier condición, totalmente fiel a los programas y contenidos, de rígidos procedimientos, apegado desmedidamente a los tiempos.
Ya el director creyó haber encontrado la causa del problema. Citó al profesor y dialogó con él sobre su ejercicio pedagógico, y le evidenció las dificultades denunciadas. Así fue la argumentación del profesor:
Sin exigencia no llegamos a ninguna parte, estos muchachos están muy mal enseñados, el rigor por la ciencia es innegociable en la escuela. Yo sé mi materia y tengo autoridad para exigir, yo doy ejemplo de rectitud con mis procedimientos. Además, señor director, yo no improviso, yo preparo mi clase… De repente, el director se pone de pie y le dice: "Profe, no prepare su clase". Desconcertado, el docente le increpa: pero ¿cómo?, ¿qué clase de director es usted? ¡Cómo se atreve a manifestarme semejante insolencia, debe retractarse! No, mi estimado profesor, me ratifico no prepare clase, prepárese para la clase. Ahí está su dificultad, Usted está planificando obsesivamente sus clases con la mejor intención, las quiere ejecutar tal y como las ha programado, y se ocupa afanosamente de que los tiempos se cumplan, los procedimientos son calculados al milímetro y así los vigila en la clase. Profe, hoy esto no funciona así, existen multiplicidad de condiciones que afectan el acto de aprender, el aprendizaje no es solo el encuentro entre la ciencia y el cerebro, la clase se ve matizada por pasiones, emociones, angustias, alegrías, dificultades, soledades, en fin, un sinnúmero de sentimientos que son inseparables del ser humano, sencillamente porque son de sí mismo y cada uno aprende con toda su mente, con todo su corazón, con todo su cuerpo y con toda su alma.
Estos sentimientos no pueden ser ignorados en el momento de aprender, por el afán de lo planificado intentar aprendizajes en ese contexto es necio. Cuando un maestro pasa a la dimensión de prepararse para la clase, entonces se dispone a disfrutar una vivencia de aprendizaje con sus estudiantes cuyo pretexto es el tema, el eje académico, pero la esencia es la vida misma, alcanzar aprendizajes significativos es aprehenderlos en medio de escenarios de vida.
Cuando un maestro se prepara para la clase, no solo abre las puertas de su mente ante las necesidades intelectuales de sus estudiantes, sino también que les abre las puertas de su corazón para desde allí compartir con ellos los insondables misterios del alma. El profesor se pone en pie, le prodiga un abrazo a su director y le dice: Esta ha sido la gran lección de mi vida. Hoy, este profe la comparte con todos ustedes porque sería egoísta quedarme con esta hermosa página de mi vida de maestro. Buen provecho.
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