Cristóbal Trujillo Ramírez


En múltiples escenarios es usual escuchar historias reales sobre el impacto y la influencia que muchos profesores han tenido en la vida de sus estudiantes. Las asertivas lecciones de la escuela se han convertido en memorables y gloriosas páginas en la vida de muchas personas, y es claramente perceptible que tras el éxito de una persona está la figura memorable de por lo menos un maestro que supo con su sabiduría ganarse un lugar preferente en el aula vital de sus estudiantes.
Hoy deseo orientar mi reflexión hacia las causas que hacen que esos profes se posicionen en sitiales de honor en la vida de un ser humano. Dicho de otra manera, quiero indagar por las actitudes de los maestros que suscitan mayor impacto en las insondables dimensiones del corazón de sus estudiantes, por lo que tienen en común esos profes que honran de honor la galería de los bellos recuerdos en la vida del hombre. Para ello he llevado a cabo un ejercicio simple: he tomado algunas fichas y les he pedido a algunas personas mayores, ya profesionales adultos y exitosos, que contesten un interrogante: ¿Cuál ha sido el maestro que mayor influencia ha tenido en su vida y por qué? Comparto con usted, amigo lector, las razones más citadas: “porque creyó en mí”, “vio en mí una persona capaz”, “por su calidad humana”, “me inculcó valores”, “me escuchó con preocupación”, “me ayudó a crecer como persona”, “me dijo que yo era muy competente para las matemáticas”, “se ocupó de mi tristeza”, “me enseñó a amar la vida”, “se acercó a mí con afecto”, “me brindó apoyo y confianza”, “porque lloró con mi dolor”, “supo entender mis dificultades”, entre muchas otras. Pocas razones aluden al rigor intelectual, a su gran capacidad didáctica, a la profundidad de sus conocimientos, y no porque estos factores no sean importantes en los procesos pedagógicos, sino porque sencillamente ellos solo trascienden las dimensiones de la razón, del intelecto, en tanto que esas causas que he listado son todas atribuibles a la dimensión del alma, donde la afectividad se tonifica con la pasión y produce cargas insospechadas de buena voluntad que son capaces de transformar desoladas realidades. “Son profes con mucho corazón”.
Considero que hay aquí una gran lección para los maestros que afanosamente nos preocupamos por mejorar nuestra formación académica. Las maestrías y los doctorados acosan infatigablemente nuestras agendas, hacernos cada vez más eruditos es un compromiso inaplazable, participar de congresos y citas académicas de alta alcurnia es un propósito que late, y por supuesto, no estoy negando esa posibilidad ni mucho menos restando méritos formativos, pero lo que me propongo comunicar es que con el mismo interés, o inclusive más, nos preocupemos por mejorar nuestras prácticas de aula, hacernos cada día mejores maestros, propiciar en todo momento una comunicación asertiva, acercarnos a nuestros estudiantes con el corazón, preocuparnos de sus angustias, sorprendernos con sus logros, acompañarlos en sus retos, reírnos de sus ocurrencias, escuchar el latido de sus corazones, en fin, que los motivemos a recorrer juntos el camino de la vida, porque es allí donde están las mejores lecciones y donde se requieren grandes maestros; en el incierto de la vida es cuando los estudiantes necesitan sentir la mano del maestro; y en el tablero de la escasez, de la carencia, de la incertidumbre, de la desolación y la desesperanza, es donde el maestro puede escribir sus mejores lecciones para que perduren por siempre en el pizarrón de la vida de sus estudiantes.
Profes: manos a la obra, los niños nos esperan.
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