Cristóbal Trujillo Ramírez


Próximos a iniciar la segunda versión del programa nacional “Ser Pilo Paga”, es conveniente hacer algunas reflexiones sobre lo que ha sucedido con los beneficiarios de la primera versión, así como de las expectativas de quienes recién se enteran de este favorecimiento, que resulta de obtener un puntaje superior a 318 puntos en las Pruebas Saber 11 y estar clasificados con un puntaje en el registro del Sisbén no superior a 57,2 en el área urbana y a 40,7 en el área rural, lo que equivale a los niveles I y II en la clasificación anterior del registro de vulnerabilidad de esta población.
Recordemos que estas pruebas se califican sobre una escala de límites teóricos entre 0 y 500 puntos, es decir, el programa busca generar un estímulo para aquellos jóvenes que se encuentran en condiciones importantes de vulnerabilidad socioeconómica y alcanzan unos desempeños académicos que sin ser superlativos se encuentran en las escalas de aprobación.
Debemos decir que esta iniciativa ha favorecido mucho a esta población y que, transcurrido un año de su aplicación, registra también unos bajos índices de deserción, que según fuentes oficiales estaría entre el 5 y el 10%, comparada con la tasa general en Colombia, que rodea el 50%. En los contactos de seguimiento que podemos hacer de algunos estudiantes de este programa, es grato encontrar que muchos de ellos aún no se la creen. “Señor rector, esto todavía me parece un sueño”, me manifestó un joven que estudia música en la universidad EAFIT.
Una de las preocupaciones grandes que despertó esta iniciativa tuvo que ver con las condiciones de convivencia, toda vez que si bien es cierto que el Estado habilita al beneficiado con costos de estudios y un subsidio de mantenimiento, las condiciones socioeconómicas continúan intactas y podrían generar sentimientos de baja autoestima que dieran al traste con tan nobles propósitos.
Bueno es reconocer, en beneficio de estos jóvenes, que no solo este fenómeno de estigmatización ha sido muy bajo, casi imperceptible, sino también que las universidades aliadas del programa han asumido esta tarea como un componente básico de su responsabilidad social empresarial, y han acogido a estos estudiantes con programas de atención y bienestar que han menguado cualquier posibilidad de menosprecio. En efecto, hay algunas instituciones que les han otorgado auxilios económicos complementarios a los del Estado. Debo advertir, sin embargo, que la educación superior debería estar garantizada de manera gratuita para todos aquellos jóvenes que culminen sus estudios de formación básica y media, y con este acertado programa estamos garantizando la continuidad de solo un aproximado 2% de dicha población.
Desafortunadamente para nuestro departamento, no son alentadores los resultados de la participación en este beneficio, según las últimas cifras que publicó el Ministerio de Educación Nacional, las cuales sirven como un parámetro de medición. Veamos algunas de ellas: Caldas, incluyendo Manizales, alcanzó a beneficiar a 204 chicos en el programa, 103 de los municipios y 101 de la capital, lo que porcentualmente representa un 1,5%, y comparte honores con entidades territoriales como Cesar: 1,61%, Caquetá: 1,72%, Guaviare: 1,95% y Bolívar: 1,75%, y muy lejos de aquellas entidades territoriales que ocuparon los puestos de honor como Norte de Santander: 4,7%, Santander: 4,5%, Arauca: 3,6% y el sorprendente Nariño, con un 5,78%. Es muy preocupante ver varios municipios de Caldas con cuatro, tres, dos o un solo estudiante beneficiado, o incluso con ninguno, como pasó en Marulanda y en La Merced. Poco o nada nos ganamos con que el Gobierno Nacional diseñe políticas de estímulos, si las condiciones y las dinámicas territoriales no están acondicionadas para acceder a ellas.
Llamo la atención desde esta tribuna de opinión a la clase dirigente de Caldas, a las autoridades de gobierno, a los maestros y directivos, y a toda la sociedad que hoy participa de las decisiones de la escuela, para que no nos quedemos en la añoranza del otrora departamento modelo de Colombia, sino que adelantemos las acciones estratégicas pertinentes que nos lleven a recuperar como propios los sitiales de honor que nunca debieron dejarse de ocupar.
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