Cristóbal Trujillo Ramírez


Al finalizar el año lectivo, por esta época, es usual asistir a la escuela a recibir los informes definitivos de la evaluación de los aprendizajes de los estudiantes, incluido el veredicto de la promoción o no de su grado escolar. Este suceso trae consigo un sinnúmero de sentimientos y actitudes que brotan de la reacción de familiares y amigos del estudiante frente a los conceptos evaluadores de las instituciones educativas. Ilustraré lo descrito con una breve relación de hechos de regular ocurrencia:
Instauración de derechos de petición que exigen la revisión de los procesos evaluativos.
Acciones de tutela invocan el derecho a la educación, que se ve vulnerado por la pérdida del año lectivo.
Inculpación a los docentes de responsabilidades por la pérdida de año de los estudiantes.
Atención de diligencias ante la Personería Municipal, Defensoría del Pueblo, Secretaría de Educación, por las quejas y denuncias de padres de familia.
Además de cualquier cantidad de situaciones al interior de las familias que buscan responsabilizar al uno o al otro del descalabro académico.
Me llama la atención esta situación, sencillamente porque da cuenta de lo perdidos que se encuentran los propósitos misionales de la escuela, estas actitudes responden a un concepto de no promoción, es decir, ante un veredicto de reprobación del año lectivo; en tal sentido, me surgen algunos interrogantes que deseo dejar planteados para la reflexión de quienes nos ocupamos de los asuntos de la educación:
A la escuela se asiste fundamentalmente, ¿a ganar el año?
Es conveniente para los propósitos de la formación ¿que estos procesos de evaluación sean sometidos a la pugna jurídica?
Es la escuela de hoy, ¿garantía de los procesos evaluativos y genera en estudiantes y padres de familia tranquilidad y confianza?
¿Por qué padres de familia y estudiantes no son los primeros convencidos del concepto valorativo de los profesores?
Personalmente, considero que la evaluación es el proceso más complejo de administrar en el escenario de la pedagogía, ella por sí sola y, acertadamente gestionada, no tendría que resistir debates y controversias, sencillamente porque una de sus principales características es su fidelidad. Así como un espejo retorna mi propio rostro, así es el deber ser de la evaluación, reflejar con fidelidad el rostro de lo aprendido, claro está siempre y cuando el espejo sea de superficie totalmente lisa, porque si el espejo es cóncavo, o es convexo, con seguridad no reflejará fielmente la imagen y, en cambio, la distorsionará y ocasionará reacciones de desencanto, ira, risa, repudio y, en todo caso, de inconformidad porque ese no soy yo. La evaluación debe practicarse sobre instrumentos transparentes y confiables, una evaluación fidedigna refleja el rostro de lo aprendido.
Considero que a la escuela más que a ganar el año se asiste a ganar la vida, un año no se pierde, un año escolarmente se promueve o no, que es muy diferente. Ante un año no promovido existen múltiples ganancias en términos de vida, crecimiento, superación y desarrollo: afectos, relaciones, habilidades, anécdotas, prácticas, entrenamientos, consejos, convivencias, sueños, expectativas, inquietudes, retos; en fin, son innumerables las lecciones de vida que nos deja la escuela en un año y que hacen parte del gran inventario de ganancias, manifestación de entereza y plenitud que en ocasiones nos hacen ganar la vida aunque se pierda el año…
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