Pbro. Rubén Darío García


“¿Cuándo Señor tendré el gozo de verte? ¿Por qué para el encuentro deseado tengo que soportar, desconsolado, el trágico abandono de la muerte? Se acabaron la lucha y el camino, y, dejando el vestido corruptible, revistióme mi Dios de incorruptible.” Este texto tomado del oficio de las horas para los difuntos, evoca la pregunta que todos nos hacemos frente a aquel momento doloroso, incomprensible, desolado y difícil, del “trágico abandono de la muerte”.
Logras pensar en ella cuando fallece un ser querido. Aquellos sentimientos entrecruzados de angustia y esperanza, que producen llanto y alegría, envuelven nuestro ser en una neblina que deja pasar unos rayos de sol: “A la noche del tiempo sobrevino el ‘día del Señor’. Aplazamos continuamente la idea de que un día vayamos a morir y con dificultad aceptamos que ese momento podría ser hoy. Tantos proyectos que hacemos ‘para mañana’, se ven truncados por ‘la irrupción, siempre inesperada, de la muerte’.
Conviene, sin embargo, preguntarnos qué sentido tiene el tema de la muerte en las lecturas que hoy la Iglesia nos transmite. El libro de la Sabiduría nos hace una revelación maravillosa: “Dios creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”.
El cuerpo se gasta y se enferma y un día dejará de funcionar. El problema real no es este, pues todos pasaremos por esta realidad. Lo que realmente interesa es que, en el transcurso de los días, hasta que dejemos de funcionar, seamos plenamente felices: para esto fuimos creados. Pero, “por envidia del diablo, entró la muerte”. El demonio desune, tienta y hace caer; engaña y cambia los criterios del vivir feliz, separa los matrimonios y destruye la vida. Su trampa está en hacer que el ser humano busque su felicidad donde nunca la podrá encontrar: fuera de él mismo y que asuma una actitud contraria al deseo de su Creador. El tentador le hace ver el árbol que le conduce a la muerte —aquel sobre el cual Dios había dado un mandamiento: ¡no lo toques!, si tocas de este árbol, morirás sin remedio” (Gen 2,16)—, apetitoso a la vista, bueno para comer y excelente para ganar sabiduría (Gen 3,6). ¡Es un engaño! No es verdad que la felicidad está en volver el dinero un dios; en transformar el sexo en un ídolo; en buscar fama, prestigio, honores sin medida; en el imponerse soberbiamente sobre los demás arguyendo más sabiduría o inteligencia. La verdad es que el que se considera sabio y alardea de ello, ‘muere’—deja de funcionar algún día—, igual que el necio o ignorante. Pero, además, pudo pasar toda su existencia ‘muerto’, es decir, sin poder ser feliz a causa de su soberbia.
Jesucristo te levanta de esta ‘muerte’. Te resucita como lo ha hecho con esta mujer enferma del Evangelio de hoy, quien ‘por su fe’, queda sanada con sólo tocar el manto del Señor; y le dice a la hija del jefe de la sinagoga: ‘talitha qumi’, contigo hablo, levántate…porque ¡no estaba muerta, sólo dormía!
Déjame preguntarte: ¿si dejas de funcionar hoy… podrías afirmar que tu vida ha sido verdaderamente feliz?
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015